La semana pasada, la Cámara Nacional Electoral, la máxima autoridad en la materia del país, le puso fecha a las PASO 2021: el 8 de agosto. Venía demorando la decisión, esperando lo que ocurriese en el Congreso con la presunta suspensión, de esas que son “por única vez”, pero tuvo que determinar el momento porque organizar una elección no es poco trabajo, y agosto ya está a la vuelta de la esquina.

Por otro lado, el cristinismo en el Senado sacó dictamen unánime (con apoyo de Juntos por el Cambio) en la Comisión de Asuntos Constitucionales, a un proyecto de ley que suspende momentáneamente la caducidad de los partidos políticos por carencia de afiliados, considerando que en el año de la pandemia, no han tenido posibilidad de subsanar esa dificultad.

No se trata de la ley de primarias, pero garantiza a los partidos su participación y es una señal de lo que resulta evidente: el kirchnerismo sí quiere PASO y el kirchnerismo siempre gana.

El presidente Alberto Fernández tenía sus dudas. Suspender las PASO es una jugada arriesgada, una política pública que el propio kirchnerismo articuló con éxito en 2009, a la que llamó “Ley de democratización de la representación política”, con lo cual, la gestión Fernández sería, para los propios K, si suspende las primarias, un retroceso en la calidad democrática.

Pero en cuanto dejó abierta la endija, al mismo momento en que dudó, los gobernadores peronistas lo empujaron a la suspensión “por única vez” de la primera etapa de nuestro sistema electoral. Los analistas ven detrás, una idea maquiavélica de Fernández, tratando de dañar a una oposición con múltiples internas. En todo caso, será una consecuencia de segundo orden, que aminore un poco el impacto de la problemática principal: la interna de la coalición de gobierno.

Claramente, la oposición va a usar la iniciativa para declararse en contra y proclamarse muy democrática, pero en parte, también la favorece: tampoco JXC es muy proclive a la competencia interna. A la larga, la medida alienta a que cinco o diez dirigentes, entre gallos y medianoches, armen las listas a piacere sin la amenaza de ningún estorbo de esos que aparecen cada tanto. A la mayoría de los popes los excita la idea. A los baboseadores de calcetines que obtienen lugares en las listas haciendo gala de su expertise, tampoco les molesta.

El Cuco Camporista

Los gobernadores no quieren primarias porque temen a La Cámpora, ni más, ni menos. O a alguna visión del kirchnerismo cercano a la vicepresidenta y a Máximo Kirchner. Es cierto que los gobernadores controlan sus territorios, pero su mayor control es respecto a la oposición.

Muchos de ellos tienen serios problemas en la interna. De hecho, en lugares como Mendoza, La Cámpora amenaza el control partidario que ejerce el peronismo tradicional. Y donde no es una amenaza de derrota, con la existencia de las PASO, se produce al menos la amenaza de que el kirchnerismo se quede con la minoría y filtre candidatos de prepo, por voluntad popular, en la lista para la elección general. Los gobernadores condicionan su apoyo al presidente a la suspensión de las primarias, exclusivamente para evitar tener que competir con el kirchnerismo y los candidatos de Cristina y Máximo.

Muchos intendentes están en la misma. A nadie le divierte demasiado repetir la experiencia de Mayra Mendoza en Quilmes: la camporista derrotó a dos candidatos del peronismo tradicional en la PASO y se quedó con el municipio. Por parte de los gobernadores, la ya mencionada Mendoza dejó una amarga experiencia para los caciques locales: la referente cristinista más consolidada en el Senado, Anabel Fernández Sagasti, derrotó en las PASO 2019 al peronista tradicional Alejandro Bermejo en la disputa por la candidatura a gobernador.

Este eventual triunfo de los gobernadores, que sin PASO podrían elegir candidatos a dedo, es un tremendo dolor de cabeza para los candidatos de Alberto Fernández. Tanto en Ciudad de Buenos Aires, como en el bastión más importante del país, la Provincia de Buenos Aires.

Los duelos que podrían dirimirse en primarias entre albertistas y kirchneristas, serán objeto de brutales presiones internas que seguramente dobleguen casi en todos los casos al presidente. Y si Alberto no cede, es posible que el gobierno encuentre enormes complicaciones si el kirchnerismo, el componente mas poderoso de la alianza que lo sostiene, lo deja “colgado del pincel”, fruto de esa disputa.

Toda la política y especialmente el peronismo, tiene la mirada puesta en 2023, y el poder para disputar esas presidenciales, se empieza a construir este año. Si Máximo y Cristina se muestran incapaces de imponer a sus candidatos en 2021, sus expectativas de diluyen.

Hoy, cualquier conversación con un peronista de la rama que fuese, no esta contemplada una reelección de Fernández, algunos dicen Máximo, otros Sergio Massa y de ahí no sale la cosa. Por ende, el kirchnerismo no puede aparecer resignando poder. Posiblemente acepte las disputas electorales que se definirían en las PASO, pero si las suspenden, nadie va a aceptar que Alberto imponga ningún candidato.

En definitiva, la suspensión de las PASO puede ser un daño para la oposición, seguramente es un daño para la calidad democrática, pero la más dañada es sin duda la alianza de gobierno y en especial su componente más débil, el albertismo.