Haría falta implementar restricciones. Lo dicen los infectólogos, los que asesoran al gobierno y los que no, se entiende del alza desmesurada de los números de contagios, se percibe en las caras y la preocupación de los funcionarios, pero el gobierno no puede, no tiene margen político, no tiene potencia para semejante medida.

Y no la tiene por el propio laberinto en que se encerró en 2020, cuando muchos dijeron “se enamoró de la cuarentena”. Difícil que haya sido amor, tal vez lo que haya habido es una mezcla de temor a las consecuencias políticas de la multiplicación de contagios, cierta incapacidad para encontrar una salida gradual, y una pizca de conveniencia: “miren como el gobierno protege tu salud y a la vez te da de comer sin que trabajes”. Un combo letal.

El cierre recomendado no es de 6 u 8 meses como el de 2020, sino de 15 días, como hacen los países de Europa por períodos, para cortar los contagios. Y volvemos todos a trabajar, con cuidados, distanciamiento, etc., pero a trabajar. Posiblemente, esa sería la medida que el gobierno quisiera ahora tomar, tal vez debería.

Los dijo el infectólogo asesor presidencial Tomás Orduna, por Buen Día Continental esta mañana. Confinamiento, en un plazo corto y prefijado (15 días justamente) y por regiones, para no confinar donde el virus no circula tanto. Pero la administración Fernández no puede hacer ni eso, ni siquiera puede hacerlo en un período pseudo vacacional como la semana santa.

Y esto es consecuencia del laberinto en que se ha encerrado el propio gobierno el año pasado, cuando por diversos motivos una cuarentena que debía durar 15 días o un mes, se extendió 6 a 8 meses, destrozando el comercio, la actividad privada en todos sus rubros, y saturando psicológicamente a la sociedad.

Si el gobierno restringiese la circulación hoy, aunque anunciara que es por sólo 15 días, nadie lo creería, la gente temería otro año que encierro y posiblemente, por la experiencia Formosa, muchos salieran a la calle a repudiar el encierro, o simplemente, nadie respetaría el aislamiento.

Cualquiera de ambas cosas, daña al gobierno, mucho y en un año electoral que arranca con imagen pública subterránea. El problema es que su laberinto no termina ahí. Porque si los contagios se multiplican y la situación sanitaria alcanza niveles “brasileños”, también va a pagar el costo. No solamente por no haber tomado medidas, sino por la infinidad de promesas sin resultado, como las millones de vacunas que íbamos a tener y no tuvimos.

Es cierto, los rusos no pudieron cumplir el compromiso, pero acá no votamos rusos, el costo lo pagará el gobierno. No llegamos con las vacunas, no podemos confinar porque ya confinamos exageradamente y porque ese confinamiento colaboró para incrementar la pobreza y la indigencia como lo reveló ayer el Indec, a niveles de hace 20 años. ¿Y que hacemos?. Un viejo dirigente tiene una frase algo incongruente pero bastante gráfica: “es un tobogán sin salida”, suele decir.