En el primer tiempo del partido Argentina no pudo romper el marcador. Llevó a cabo un juego anodino, sin mostrar ninguna capacidad de romper el mediocre esquema mexicano, un equipo limitadísimo, torpe.

Argentina no tuvo imaginación ni atrevimiento. Rodrigo De Paul no podía dar un pase a un compañero a un metro de distancia. Lionel Messi no desequilibraba ni mucho menos. A Lautaro Martinez no le llegaba un pelota limpia. Angel Di María era el mejor, pero intentaba sin mayor éxito.

La verdad es que la Selección no existía, no jugaba a nada, incluso el pobretón México, era un poco mejor. Guido Rodríguez, el volante central elegido por el entrenador, metía sus nalgas entre los centrales y obraba de salida con pases flojitos, mordidos, imprecisos.

Se vio obligado Lionel Scaloni a cambiar en el entretiempo. El hambre de gloria entró a la cancha. No está tan acostumbrado a los millones todavía. Enzo Fernández cambió el partido y no debe salir nunca más.

El pibe que River no quiso y mando a Defensa y Justicia. Y que luego recuperó de urgencia y en un año vendió al Benfica de Portugal. La adaptación europea de Enzo duró 15 días y empezó a descoserla. Y entra en la Selección cuando las papas queman, y mete un bicicleta adentro del área y la clava en un ángulo. Se llama hambre.

Messi metió el primero, un tiro mordido y no tan potente, que el Memo Ochoa miró pasar con poca reacción y a Dios gracias, pero fue un evento aislado. Enzo tiene el hambre, el coraje, las ganas y toda la gloria por delante. Sacarse el sombrero con ese pibe. 

Se subió al ala del avión. Se dudo de él hasta el último día. Que iba, que no iba. Fue, casi por presión popular. Y nos sacó de las sombras. Hambre, ambición. Lo que hace falta.