Boris Johnson era el periodista favorito de la primera ministra Margaret Thatcher. La deslumbró un artículo de su autoría, El Plan Delors para gobernar Europa, publicado en la primera plana de la edición dominical de The DailyTelegraph. Johnson era el corresponsal en Bruselas. Jacques Delors, exdiputado socialista francés en el Parlamento Europeo y exministro de Economía en el primer gobierno de François Mitterrand, presidió la Comisión Europea entre 1985 y 1995. Su plan, según Johnson, era ir más allá del Tratado de Maastricht de 1992 e investir un presidente europeo permanente.

¿Semilla del resentimiento británico hacia el continente, cristalizado en el Brexit? Político se nace, pero, a veces, se hace o, en ocasiones, se deshace. Son las reglas del juego. Thatcher se vio obligada a renunciar el 22 de noviembre de 1990 tras 11 años de gobierno. Había perdido la confianza de los suyos, los conservadores. En una situación similar se encuentra Johnson, primer ministro por el mismo partido desde el 24 de julio de 2019. En apenas 48 horas renunciaron 57 funcionarios. Entre ellos, cinco ministros. That’s all, folks!

Le perdieron la confianza por una retahíla de escándalos que llegó al colmo con la nominación del diputado Chris Pincher, con antecedentes de abusos sexuales, como deputy whip, encargado de asegurarse como jefe adjunto de que sus compañeros de partido votaran en los plenos y en línea con el partido. Pincher admitó en una carta dirigida a Johnson que había bebido mucho durante una noche de juerga. Dos hombres lo acusaron de acoso y conductas inapropiadas en el exclusivo Carlton Club de Picadilly, Londres.

Johnson ocultó los detalles. Pidió disculpas en la Cámara de los Comunes por haber mentido. Tarde. El caso Pincher coronó un collar de desaciertos que derivó en el aluvión de dimisiones de miembros de su propio partido. No pudo frenarlo ni con la amenaza de disolver el Parlamento a dos años de las elecciones, previstas para 2024. El Comité 1922, máximo órgano partidario, evaluó cambiar las reglas para aplicarle otro voto de confianza después de haberlo superado con una escasa mayoría en junio. No puede hacerlo de nuevo en menos de un año.

El principio del fin de Johnson comenzó con las fiestas en Downing Street durante el confinamiento por la pandemia, el partygate, y continuó con otros escándalos. Sólo halló un respiro cuando estalló la guerra en Ucrania. Su papel de líder internacional en contra de Vladimir Putin le dio un alivio. En dos semanas, si resiste, cumplirá tres años como primer ministro. En un par de días superaría a Neville Chamberlain. En un mes, a May. Una situación insostenible para la ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, cuyo pedido para realizar un nuevo referéndum por la independencia ha sido rechazado por el primer ministro. Por ahora.

Johnson, versión británica de Donald Trump, renunció al liderazgo del partido, no al cargo de primer ministro. Eso requiere una presentación formal ante la reina Isabel II. En octubre, los conservadores (tories) celebrarán su congreso anual y elegirán un nuevo líder. Su predecesora, Theresa May, también intentó una estrategia de dilación. Le salió mal.

La estancia de Johnson en Downing Street pende un hilo, pero se aferra a él para no dar el brazo a torcer frente a propios y extraños, empezando por la oposición laborista encabezada por Keir Starmer. Jonhson tuvo la mayoría parlamentaria más grande desde los tiempos de Thatcher, su admiradora, pero le duró menos que el peinado.

Nadie es imprescindible en política, soltó en su discurso de despedida. De imprescindibles están llenos los cementerios, dejó dicho, allá lejos y hace tiempo, Georges Clemenceau, primer ministro y jefe de gobierno durante el régimen de la Tercera República Francesa, compatriota de Delors.

Jorge Elías

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