En un pueblo de Extremadura, en España, de apenas 600 habitantes, cerca de Portugal, la economía gira alrededor del arroz. Imposible cultivarlo sin agua. La sequía acecha por tercer año consecutivo, el peor desde que comenzaron los registros en 1964. Raúl e Inés, matrimonio de mediana edad, me dicen que procuran sobrellevar la falta de lluvias con los olivos y otras plantaciones. Trabajan la tierra de la mañana a la noche sin respiro. Suplican por un milagro que espante la secuela más alarmante de un sol que raja la tierra: los robos en el campo de sus propios vecinos.