Vladimir Putin lleva una rama de olivo en un bolsillo. La exhibe frente a los rusos. En el otro bolsillo asoma un nuevo misil balístico intercontinental con capacidad para portar hasta 15 cabezas nucleares. Puede destrozar un territorio equivalente a más del doble de la superficie de la provincia de Buenos Aires o el Estado de Texas completo a 17.000 kilómetros de distancia. Tiene un nombre poco amable: Satán II. Lo exhibe frente al mundo después de haberlo probado al mejor estilo del líder norcoreano Kim Jong-un cual aviso a los detractores de su presunta patriada en Ucrania.