Ni bien la OTAN con Estados Unidos a la cabeza anunció su retiro de Afganistán, los talibanes enviaron emisarios para conversar con el gobierno chino. Y las fue bien. Consiguieron consensos, basados en que los chinos no quieren que grupos rebeldes se asienten del lado afgano de la frontera que los une, y los talibanes, por su parte, van a necesitar dinero.

De la reunión surgieron promesas de inversiones, y garantías políticas por parte de los nuevos dueños del país.

Aparte de intereses económicos en Afganistán, China aún guarda la esperanza de explotar cobre en la región afgana de Mes Aynak, a Pekín también le preocupa que los grupos islamistas que operan en la región de Xinjiang, en el oeste del país, tomen fuerza.

"A los chinos les interesa hacer contraterrorismo en Afganistán, debido a las actividades de grupos extremistas uigures en Xinjiang y del Partido Islámico del Turquestán (una organización islamista fundada por yihadistas uigures)", explica Seth Jones a la BBC.

A China, que comparte frontera con Afganistán, le preocupaba que si los talibanes tomaban el control de todo el país, los grupos islamistas se volverán más fuertes y podrían cruzar la frontera, creando aún más problemas en la provincia de Xinjiang.

En los últimos años, Xinjiang ha sido noticia por las acusaciones de genocidio contra el pueblo uigur, que Pekín ha tildado de absurdas.

Pero además de las preocupaciones en torno a su seguridad, desde hace mucho tiempo China ha mostrado su interés en hacerle contrapeso a Estados Unidos en la región.

"La salida de EE.UU. de Afganistán, de sus drones y de su aparato de inteligencia, es una buena noticia para los chinos, porque significa una cosa menos por la que deben preocuparse", agrega Jones.