En vísperas de las presidenciales norteamericanas de 2000, George W. Bush no sabía cómo se llamaba el presidente de Pakistán. Un año después, tras la voladura de las Torres Gemelas, el general Pervez Musharraf, criticado tanto por la mano dura que aplicaba en su país como por su amistad pretérita con Osama bin Laden, iba a convertirse en un aliado clave de Estados Unidos: cedió su espacio aéreo para el despliegue de la mayor coalición de la historia en el vecino Afganistán, nido del régimen talibán y de Al-Qaeda, y entregó a varios sospechosos de terrorismo que luego iban a ser interrogados en Guantánamo.

Bush no pagaba caro su lapsus o su desliz, sino el favor recibido. Musharraf tenía un defecto de fábrica: había derrocado como jefe del ejército al primer ministro Nawaz Sharif, hermano del actual primer ministro, Shehbaz Sharif, en 1999. Era un presidente de facto. Sus herederos políticos, así como aquellos que respondían a la ex primera ministra Benezir Bhutto, asesinada a finales de 2007, se aprestaban a sucederlo tras su renuncia forzada por el riesgo de verse sometido a un juicio político en la Asamblea Nacional. Gobernó durante nueve años en medio de tensiones nucleares con India por la disputa fronteriza en Cachemira.

Musharraf renunció en 2008 para esquivar una posible impugnación. Hasta ese momento hizo todo aquello que estaba reñido con los principios que pretendía inculcar Estados Unidos allende sus fronteras: desde violar los derechos humanos hasta deshonrar la democracia. Cuesta abajo en la rodada, Musharraf se propuso renovar su mandato como presidente. Lo tenía vedado por ser el jefe de las Fuerzas Armadas, según observaba el Tribunal Supremo. Apeló entonces a una solución expeditiva: destituyó a los jueces no afines a su gobierno y, ante una ola de protestas encabezadas por los abogados, declaró el estado de emergencia.

Murió el domingo 5 de febrero en Dubái, donde permanecía exiliado para evitar cargos penales en su país. Tenía 79 años. Quiso regresar a la política en 2012, pero no pudo por sus problemas de salud. Padecía una enfermedad llamada amilosis En los últimos años sorteó dos intentos de asesinato de milicianos islamistas. Era un dictador contradictorio: creía que podía reformar la democracia fallida de Pakistán mientras mantenía una estrecha relación con Estados Unidos en una sociedad con fuertes sentimientos antinorteamericanos que nunca vio con buenos ojos la invasión de Afganistán tras los sucesos de 2001.

De hablar pausado y mirada serena, Musharraf dejó de ser un tipo peligroso cuya identidad desconocía Bush gracias a los servicios prestados durante la Operación Libertad Duradera. Ordenó el cierre de los 1400 kilómetros de frontera con Afganistán seis días después de los atentados. Lejos estuvo de convencer a Bush y su socio Tony Blair, primer ministro británico, de su versión moderna e iluminada del Islam, pero resultó útil en un contexto dominado por la incertidumbre.

El contrato era temporal. Lo admitió Musharraf, de pocos amigos y muchos enemigos, como cuento en el libro El Poder en el Bolsillo, intimidades y manías de los que gobiernan, Grupo Editorial Norma (Argentina) y Algón Editores (España). Mis bolsillos, me dijo, “siempre están vacíos, y me gusta que sea así. Lo único que llevo es un peine. Y un pañuelo. Sí, un pañuelo de bolsillo”.

Le pregunté en diciembre de 2004, antes de un viaje a Washington, si conocía el paradero de Bin Laden. “¿Quién lo sabe?”, respondió. “Yo no lo sé”. Por los interrogatorios a los que eran sometidos los sospechosos de pertenecer a Al-Qaeda sólo tenía la certeza de que estaba vivo y de que la victoria, como el aplauso, era imposible con una sola mano. Sin la ayuda económica de Estados Unidos, en realidad.

Musharraf, nacido el 11 de agosto de 1943 en Delhi, India, reconocía dos modelos: el de Napoleón Bonaparte y el de Richard Nixon. Nunca se vio apremiado por ir a la caza del terrorista más buscado del mundo, entonces supuestamente escondido en la frontera entre su país y Afganistán. Manejaba los tiempos. Apenas se enteró del recorte de la ayuda de Estados Unidos, su ejército detuvo al mullah Obaidullah, brazo derecho del mullah Omar, jefe histórico del régimen talibán. Bin Laden fue liquidado en Pakistán por las fuerzas de elite norteamericanas Navy Seals durante el gobierno de Barack Obama. Musharraf estaba fuera de juego. En principio.

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