Cuando descubrimos “El Pantano”, en abril del 2020,  nos sumergimos, por igual, en una trama policial y la historia de los países socialistas en los años previos a la caída del muro de Berlín. Un pueblo chico, lejos de Varsovia, y un bosque en el que aparecen los cadáveres de una joven prostituta y uno de los referentes de las juventudes socialistas del lugar.

La política, el periodismo y la policía confluyen en un argumento con sólidos detalles “noir”, perfectamente ambientada, que da como resultado una ficción que ingresa en los enrevesados laberintos del poder y sus prácticas a la hora de mantener intactos las apariencias y privilegios de quienes gobiernan.

Doce años después regresamos al mismo lugar para encontrarnos en la misma ciudad pequeña luego de una inundación provocada por el colapso de un dique. Un niño de 12 años aparece ahogado en el bosque y un antiguo cementerio de la segunda guerra mundial empieza a esparcir los cuerpos y las culpas de un pasado que habían sepultado más de medio siglo atrás.

Los 6 episodios avanzan en dos líneas temporales, la primera en los últimos días de la guerra con la llegada del ejército soviético a Polonia y la segunda en ese presente de 1997 donde se investiga la muerte del niño aparecido y sus implicancias. Los tormentos de toda una generación que desde la vejez sigue rememorando la dolorosa historia de la guerra y las culpas que quedaron sin redimir, aún con el paso del tiempo.

Esta vez el eje de la historia es una sargento de la policía, “desterrada” desde la capital al destacamento provincial, al mismo tiempo que los personajes de la primera temporada vuelven  a relacionarse luego de una década. 

Con las peculiaridades de los procedimientos en Polonia, alejados en posibilidades y técnicas de sus pares norteamericanos, a veces ingenuos, otras cínicos; con un grupo de actores creíbles y un guión interesante, esta segunda temporada vuelve a dar en el blanco. “El Pantano” sigue despertando los fantasmas del pasado que se niegan a ser olvidados.