Independiente carece de todo dentro y fuera de la cancha: no tiene una dirigencia competente ni comprometida, tiene un plantel de poca jerarquía, un cuerpo técnico que muestra muy poco trabajo y una ausencia absoluta de concentración en los partidos. En ese esquema, ninguna derrota puede ser sorpresiva, incluso las que se den contra equipos de categorías inferiores. Tigre le ganó 2 a 1 al Rojo porque mostró mejor fútbol y más compromiso. Pablo Magnín e Ijiel Protti convirtieron para el Matador, mientras que Silvio Romero lo hizo para el Rey de Copas.

El Rojo llevó su habitual juego intrascendente y notoriamente poco trabajado a la Copa Argentina. No muestra movimientos combinados, jugadas preparadas ni una idea clara. A veces presiona alto y otras no, suele salir por abajo pero sin un plan y en tres cuartos de cancha todo se deja librado a la inventiva abstracta de Alan Velasco, Andrés Roa y Sebastián Palacios. Los tres son futbolistas de apariciones intermitentes y de creación individual: no arman más que para finalizarla ellos mismos y lo hacen muy esporádicamente.

En ese esquema lo mejor fue de Velasco, quien carga con la 10 y una responsabilidad excesiva para su edad, y sin embargo suele ser de lo más destacado del equipo. Durante los primeros minutos recibió un planchazo en la zona de las costillas de parte de Lucas Blondel que debió sancionarse con la expulsión del lateral, pero Fernando Echenique, consecuente con su espantoso nivel habitual, no cobró ni falta. Un rato después el juvenil del equipo de Avellaneda fue amonestado por ponerle la mano en el cuello a un rival al querer cubrir la pelota. Los criterios son bufonescos.

Si bien podía esperarse que Tigre tuviese menos la pelota, esto no fue así. La diferencia de categoría, no implica necesariamente en una diferencia tan marcada de jerarquía, ni a nivel individual ni colectivo, tal como sucedió en este caso. El Matador, sin tener un partido lúcido tampoco, se plantó de igual a igual y nunca fue sometido. A partir de los 20 minutos del primer tiempo comenzó a mostrar un juego asociado superior. En el momento en que definitivamente era más que su rival, su gran goleador, Magnín, improvisó una pirueta espectacular y puso en ventaja a su equipo. Milton Céliz cabeceó hacia arriba sin mucho destino pero el delantero la rescató y metió un gol extraordinario de chilena.

Tras el tanto, el equipo de Julio César Falcioni intentó acelerar, lo que dejó en claro que además de la poca capacidad técnica de los jugadores y las escasas herramientas que parece aportarle el cuerpo técnico, el equipo jugó casi 35 minutos a un ritmo más lento del que puede.

En el arranque de la segunda mitad y sin demasiada claridad, el equipo de Avellaneda llegó al empate. Tigre era más preciso en la mitad de la cancha, pero el Rojo con poco más que ímpetu lo empató. Tras un córner jugado por abajo, Palacios metió un centro atrás, Lucas Romero pateó y tras un rebote en el palo, Silvio Romero, que estuvo ausente en el partido hasta ese instante y en todo lo que siguió, la empujó sin oposición.

El ritmo de juego con el que Independiente había crecido cesó notoriamente tras el empate. Otra vez la pelota pasó a ser definitivamente Tigre, que en todo momento buscó elaborar con pases precisos. Y, finalmente, a los 23, el mejor de los dos obtuvo su premio. Roa dio un pase a tras absurdo y conceptualmente inaceptable y asistió a Protti, que enganchó de derecha a izquierda y sacó un remate bárbaro contra el segundo palo.

El equipo de Falcioni ni siquiera atinó a buscar con furia el empate. Sólo llegó una vez desde el segundo tanto, con un cabezazo de Sergio Barreto tras un tiro de esquina. Tigre fue mucho más en la mitad de la cancha, fundamentalmente porque tomó esa zona no como un sector de transición sin importancia sino como la zona de elaboración para crearle a los delanteros situaciones más propicias. Además, sus dos atacantes respondieron con grandes acciones individuales puntuales para darle el triunfo y la clasificación al equipo.

Cada fracaso deportivo tiene responsabilidades múltiples. En Independiente nadie tiene mayor culpa que la dirigencia que despedazó económicamente al club y lo llevó a tener un plantel que no tiene mayor jerarquía que el de un club de la Primera Nacional. La gran institución de Avellaneda es rehén de directivos que fueron elegidos por los socios e hicieron abandono de sus cargos sin llamar a elecciones: lo dejaron acéfalo. Un ejemplo evidente es el hecho de que el único refuerzo del club para esta temporada, Joaquín Laso, que llegó libre de Rosario Central, sumó su sexto partido sin poder jugar porque el Rojo tiene inhibiciones en FIFA que no levantó. Con ese contexto, no hay derrota que no sea comprensible y la supervivencia de la institución puede considerarse un milagro. Más allá de eso, el trabajo del entrenador y los jugadores también es claramente deficitario.