Desde hace un largo tiempo, River hace las cosas brillantemente bien dentro de la cancha. Desde ya, que, en ocho años, ha habido matices y puntos más altos que otros. Pero en términos generales, el balance es ultra positivo, tanto en calidad de juego como en cantidad de títulos durante la gloriosa era de Marcelo Gallardo.

Lo curioso es como ese éxito deportivo ha repercutido en otras áreas del club: todo lo relacionado al Millonario quedó cubierto bajo un halo de positividad que no refleja la realidad de los hechos.

Así como el conjunto de Núñez ha sido el mejor equipo del país y quizás también del continente en los últimos ocho años, muchos manejos dirigenciales han sido desacertados. Por ejemplo, la institución arrastró deudas durante un largo tiempo por Nacho Fernández, José Paradela, Jorge Carrascal, Fabrizio Angileri y Paulo Díaz. Todavía debe parte del pase de Robert Rojas y también debe montos chicos a varios clubes de menor peso. Sin embargo, incorpora y oferta por sumas multimillonarias.

Muchos clubes operan de esa manera. De hecho, la gran mayoría de los de nuestro país tiene esa lógica. La gran diferencia radica en que a los demás se los critica con dureza y en River todo pasa. Seguramente sea mucho más complejo para cualquier periodista criticar a un club al que deportivamente le va muy bien. En un país sumamente resultadista y cortoplacista, cualquier opinión o información que marque un defecto es rápidamente contrastada con un trofeo y todo parece quedar en el aire.

También ha colaborado con todo eso una profunda construcción de poder mediático que no puede surgir sin el éxito deportivo, pero que tampoco se construye solamente a partir de triunfos en la cancha; hay mucho más por detrás.

Es llamativo como pasan desapercibidos errores prácticos y cuestiones de dudosa moralidad casi por igual. El caso del delantero Lucas Beltrán es un ejemplo que contiene ambas cuestiones. El Millonario se lo prestó a Colón sin prever cuestiones de calendario. Independientemente de las vicisitudes del fútbol argentino y sudamericano, no tuvo en cuenta posibles cláusulas de repesca o artilugios legales para volver a contar con el jugador en caso de necesitarlo antes del vencimiento del préstamo. Ahí hay un evidente error de gestión que se pasa por alto.

Pero además hay cuestiones morales que desde los medios de comunicación se abordan de un modo muy extraño. Por ejemplo, se rescata como un valor positivo el “sentido de pertenencia” del joven delantero, pero se pasa por alto la falta de profesionalismo al no querer cumplir un contrato firmado previamente o el desagradecimiento con una institución que lo convirtió en un jugador deseable para el club dueño de su pase, que hace tan solo unos meses no parecía tener grandes intenciones de contar con él.

Algo similar sucede con el caso de Rodrigo Aliendro. El sistema de medios no solo ejerció una presión enorme para que el jugador llegue a alguno de los clubes que más vende, sino que además ahora presiona para que pueda jugar la Copa Libertadores con River, en evidente detrimento de otro club argentino como Colón, que está en la misma instancia y tiene las mismas ilusiones de conquistar el máximo trofeo continental. Es necesario resaltar que de acuerdo al contrato que tiene firmado, el ex Atlético de Tucumán debe permanecer en el equipo santafesino hasta el 30/06, por lo que podría ser utilizado en la ida de los octavos de final frente a Talleres.

Para ello se resalta cómo algo positivo que el jugador quiera llegar al club porteño, pero nada se dice sobre lo perjudicial que es para el Sabalero que el mediocampista busque romper su contrato antes de tiempo, no jugar los partidos que Colón podría utilizarlo legalmente y de esa manera poder ser anotado por el equipo de Gallardo.

Cuando una institución deportiva suma éxitos gana poder. Que ejerza ese poder es completamente lógico, pero lo lógico no siempre es correcto. Además, es curioso que un club que llegó a obtener ese poder desde un lugar distinto, y desde la condena de algunas acciones de dudosa moralidad, de a poco se convierta en aquello que siempre criticó. Las veredas opuestas, al final del camino, parecen tocarse.