Murió a los 79 años el mítico Frank Williams, fundador del equipo de F1 que lleva su apelllido, y que logró siete Mundiales de Pilotos y Nueve de Constructores. Estaba internado desde hacía dos días.

El querible Frank fue el último representante de la histórica estirpe de los 'garajistas' ingleses, que desde siempre les dieron pelea a los grandes equipos de Italia, Alemania y Francia, muchas veces con presupuestos menores y con un ingenio que los llevó a revolucionar la F1 más de una vez. De hecho, el Williams de principios de los 90 (con su control de tracción, su morro alto y su suspensión activa) sigue siendo hasta hoy el auto más original (e influyente) de la historia de la máxima.

"Hoy rendimos homenaje a nuestra figura tan querida e inspiradora. Echaremos mucho de menos a Frank. Solicitamos que todos los amigos y colegas respeten los deseos de privacidad de la familia Williams en este momento", ha dicho el equipo Williams en un comunicado este domingo por la tarde.

Frank arrancó en los años 70 alquilando un solo auto (juntando hasta el último penique para ir a la siguiente carrera con su socio Patrick Head) y en su cuarta temporada ya había obtenido el primer Mundial (sí: aquel del fogoso australiano Alan Jones). En 1986, a la vuelta de unos tests en Paul Ricard, sufrió un accidente rutero que lo dejó paralítico. Fue el mismo año en que lo nombraron caballero británico.

A partir de allí, y hasta su retiro hace pocos años, su presencia fue icónica en el Paddock. Siempre atento a los nuevos talentos, quiso financiar la carrera de Ayrton Senna en los campeonatos británicos de monoplazas cuando el genial brasileño (a los veintipico: un abismo con esta época) salió de los kartings.

Además de llevar más cerca que nadie de ser campeón mundial a nuestro Carlos Reutemann, sacó campeón a Keke Rosberg, Damon Hill y Jacques Villeneuve (verdaderas hazañas logradas de la mano de la pericia técnica de Head y de la genialidad del primer Adrian Newey, al que captó enseguida tras su sorprendente debut en el humilde March/Leyton House), tuvo en sus butacas a leyendas como Alain Prost, Ayrton Senna y Nigel Mansell, e hizo debutar a pilotos de enorme talento, algunos de ellos campeones del mundo en otras escuderías, como el volcánico Juan Pablo Montoya, Jenson Button y Nico Rosberg. Con muchos de ellos tuvo relaciones ásperas y enconadas (su tacañería de farmer británico a la hora de negociar contratos era legendaria).

A mediados de la primera década de este siglo, se negó a venderle la mayoría del paquete accionario de su equipo a BMW; la firma alemana compró parte de Sauber y desde entonces la escudería, a falta de un motorista asociado (e inversor) y sin poder pagar diseñadores geniales como Newey, empezó un declive que duró hasta que la familia, con Frank ya retirado, vendió la propiedad a Dorilton Capital en 2020.

Deja para la historia infinidad de imágenes legendarias del deporte motor, como aquellos ojos empañados en lágrimas el día que murió Senna. Hoy toda la F1 llora a Frank Williams, el último representante de la estirpe de los garajistas británicos.