El deporte se roza de manera permanente con lo social. Ningún atleta puede escapar de sus raíces o su contexto, que lo forman como ser humano y en consecuencia repercuten también en su vida profesional. La historia de Yusra Mardini, una nadadora que compitió en los Juego Olímpicos de Tokio 2021 para el equipo de refugiados no tiene un ápice que no despierte interés y una profunda admiración.

La idea de crear un equipo olímpico de refugiados surgió en el 2015, poco antes de los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro 2016. En aquel evento debutó una delegación de estas características y para Tokio 2020 se amplió el número de deportistas que compitieron como parte de ella. Fueron 29 deportistas y todos ellos han recibido el estatus de refugiados por la ONU. 

Según el Alto Comisionado de la Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), un refugiado es “alguien que se ha visto obligado a huir de su país a causa de la persecución, la guerra o la violencia”. Esta definición se adapta exactamente a lo que Mardini debió vivir. 

La nadadora nació y se crio en Damasco, la capital de Siria. Comenzó a tener sus primeras experiencias lúdicas con el agua a sus cuatro años. Su padre trabajaba como entrenador de natación y le inculcó la pasión por ese deporte. “Aprendí a nadar desde muy pequeña, como vía de escape”, aseguró al recordar sus primeros pasos. E incluso llegó a representar a su país, en los Campeonatos Mundiales de Natación en 2012.

Pero un año antes, una situación extrema le cambió la vida. En 2011 estalló una guerra civil en Siria que sigue en pie. Desde entonces se producen episodios de violencia en el país de modo permanente, con enfrentamientos entre diversos sectores opositores, algunos de los cuales son calificados como terroristas, y las fuerzas armadas nacionales.

Mardini vivió en carne propio las consecuencias de ese conflicto, como tantos ciudadanos sirios. Su casa fue destruida en un bombardeo y el techo del gimnasio donde entrenaba fue volado por un proyectil. En agosto de 2015, con solo 17 años, tras estos episodios extremos, decidió huir del país junto a su hermana Sara. Logró escapar por tierra a Líbano primero y luego consiguió llegar a Turquía.

Desde la costa turca logró subirse a un precario bote junto a otras 18 personas y emprendió viaje por vía acuática hacia el sector occidental de Europa. Sin embargo, el bote tenía capacidad tan solo para seis personas y en el medio de la masa de agua el motor del mismo se paró y comenzó a hundirse lentamente en el medio del Mar Egeo.

En un contexto de absoluta desesperación, Mardini no lo dudó, se tiró al agua y comenzó a empujar el bote nadando. Con ayuda de su hermana, nadó con la carga de 15 personas durante tres horas y media hasta llegar a la costa de Lesbos, una isla de Grecia. Allí fueron asistidas por hipotermia y por el brutal cansancio físico por la proeza realizada. A pesar de todo, las hermanas consiguieron recuperarse físicamente y menos de un mes después ya se encontraban asentadas en Berlín, Alemania.

Sus padres consiguieron llegar a dicha ciudad poco tiempo después y desde entonces, todos viven allí. Una vez que acomodó sus necesidades básicas, la atleta volvió a entrenar y fue una de las principales impulsoras de la existencia de un equipo olímpico de refugiados. Su historia fue una de las que mayor impacto tuvo en Thomas Bach, presidente del Comité Olímpico Internacional, para autorizar la participación de una delegación de estas características. 

En términos deportivos, todavía intenta progresar para acercarse a las principales marcas mundiales, de las que está aún a casi 10 segundos. Sin embargo, a sus 24 años y con mucha carrera por delante se ha transformado en un ícono mundial que permite visibilizar una problemática social internacional que trasciende el deporte. Su legado traspasa cualquier disciplina.

Se convirtió en embajadora de ACNUR y en una de las líderes sociales mundiales. Publicó un libro en el que cuenta su dura historia, fue recibida por el Papa Francisco, quien tomó su vida como un ejemplo y fue calificada por la revista People como una de las 25 mujeres que están cambiando al mundo. Además, para el 8 de septiembre está pautado estrenar en Netflix una película sobre su vida, con la que busca darle mayor trascendencia a su experiencia personal.

Hoy se reparte entre el deporte y su tarea humanitaria. Pero todo tiene un objetivo común, darle valor a sus sueños y mostrar que es posible: "He contado esta historia un millón de veces, y si es necesario, la contaré un millón de veces más. Se trata de dar esperanza con la historia de mi vida. Aunque prefiera limitarme a nadar, quiero y necesito contar esta historia una y otra vez. Quizá pueda ayudar a dar valor a la gente".