Queda cada vez más claro que en el fútbol argentino hay hinchas de primera e hinchas de segunda. Paradójicamente, los más menospreciados son los que pagan la cuota religiosamente y no obtienen del club más que el uso de las instalaciones y la pasión deportiva. Los que cuentan con más privilegios son aquellos que viven de las propias instituciones.

La pantomima de la vuelta del público a las canchas se da por la presión ejercida por el público y también por los medios de comunicación, ante las imágenes del resto del mundo en donde lentamente las cosas toman un curso normal. No hay convencimiento alguno por parte de las autoridades gubernamentales ni de los clubes y no pasa por una cuestión sanitaria.

La ausencia de público evita problemas. Algunos de ellos económicos, como el de pagar un operativo por un número de espectadores que no cubre los gastos. Pero la mayoría, de índole política. Se profesa con liviandad y sin sustento que se quiere a las familias en la cancha, pero nada está más lejos de la realidad.

Según los primeros protocolos que se analizan, a los hinchas les pedirían una declaración jurada, certificado de vacunación e hisopado 72 horas antes del encuentro. Todo eso además del pago correspondiente de la cuota social, el abono o la entrada, según disponga cada club, y con los costos adicionales, por ejemplo, del estacionamiento, legal o ilegal, que deberá pagar todo aquel que no quiera atestar un transporte público. Para una familia, imposible de afrontar.

Son condiciones que se exigen para presenciar un espectáculo en espacio abierto, con permanente renovación de aire y que no se demandan a los espectadores de otro tipo de espectáculos como teatros o cines. Con la cantidad de estudios que hay a nivel mundial y con las consecuentes medidas que este mismo Gobierno ha tomado, mucho más laxas en espacios abiertos que en cerrados, no puede tomarse bajo ningún punto de vista como una cuestión sanitaria. 

El único momento en el que puede llegar a haber una aglomeración de gente es en las entradas. Algo totalmente evitable si se planifican bien los accesos y si las fuerzas de seguridad colaboran diseñando un plan de ingreso y egreso que, por ejemplo, no restrinja el espacio de ingreso de unos 30 o 40 metros, el ancho de una calle entera, a un cordón incomprensible de medio metro, algo que sucedía antes de la pandemia.

Se intenta excluir al hincha todo lo posible, dificultar su vuelta, evitarla. Dejar que sólo puedan volver unos pocos privilegiados, lo más pudientes, aquellos que puedan pagar, entre otras cosas, hisopados para toda una familia una vez cada dos semanas como mínimo, algo así como, en el mejor de los casos, agrandar la masa de hinchas VIP que van hoy en día. Las situaciones de privilegio también sucedían antes del COVID-19 y suceden actualmente.

Antes de la pandemia los hinchas de a pie eran sometidos a condiciones insólitas para ingresar a una cancha. Demorados innecesariamente, confinados a ocupar un espacio mínimo sin sentido y corregidos a palazos si salían de ese perímetro establecido, mientras por al lado un grupo de personas pasaba sin requerimiento de entradas, documentación ni cacheo por el mero hecho de portar un bombo sobre su cabeza y pertenecer a un grupo selecto. Usted, estimado lector, debe haber vivido situaciones mucho más ridículas inclusive, en condición de hincha.

Actualmente las tribunas fueron secuestradas para un no tan reducido grupo de personas que se hacen llamar “allegados”. Según lo reglamentado, no podría haber en las canchas nadie que no sea esencial. Médicos, empleados de seguridad, un número reducido de trabajadores de prensa y un puñado de dirigentes, los indispensables como para solucionar un eventual conflicto y acompañar a los planteles.

En vez de eso vemos y escuchamos cada fin de semana a cientos de personas que se adueñaron del club, que ingresan sin ningún tipo de control y se comportan como hinchas. Cantan canciones, gritan goles, insultan al árbitro y a jugadores rivales y hasta se chicanean, en muchos casos con violencia, con los “allegados” rivales. Son ideales para las dirigencias. Son pocos, realizan aunque en menor medida, el mismo efecto en cuanto a ejercer presión en los protagonistas y no representan ninguna contra.

Las familias, los hinchas comunes, cuestionan. Ingresan a la cancha y evalúan el estado de las instalaciones, aplauden o repudian al equipo, critican la gestión del club y se expresan, sin ningún otro condicionante que su más simple opinión personal: un peligro para los dirigentes que durante dos años se sacaron de encima cualquier crítica genuina.

Para quienes mandan hoy en el fútbol argentino, las opciones son dos y muy claras, que regresen unos pocos pudientes, o que directamente no vuelva nadie, todo continúe como está por un tiempo prolongado y el problema se patee para adelante. Evitarán, además, durante todo el tiempo posible, comunicarlo directamente y de frente.