El 1 de junio del 2022 quedará en la historia como el día del festival argentino en tierras inglesas. En el mítico estadio de Wembley, que estuvo repleto de hinchas albicelestes, Argentina derrotó 3 a 0 a Italia en la Finalissima y se consagró campeón. Lautaro Martínez, que tuvo una actuación gigante, Ángel Di María y Paulo Dybala concretaron los goles de una conquista que tuvo puntos muy altos.

No todo el partido fue cómodo ni sencillo. Durante los primeros minutos, el equipo de Lionel Scaloni mostró mayores intenciones de protagonismo y una búsqueda un poco más ambiciosa. Lo mejor que tuvo fue la recuperación en terreno rival: los volantes y delanteros exhibieron una voracidad admirable ante cada pérdida.

Pero en defensa, una vez que el conjunto italiano conseguía superar esa presión inicial, se vieron algunas dificultades. Por eso, entre los 15 y los 20 del primer tiempo, el seleccionado europeo tuvo su mejor versión, con acercamientos peligrosos al arco de Emiliano "Dibu" Martínez. La virtuosa mitad de la cancha del equipo de Roberto Mancini no encontró el mismo nivel en ataque, y las jugadas se diluyeron.

Pasado es sismo, la Albiceleste recuperó el control del juego. Clave para ello fue que Lionel Messi se tirara unos metros más atrás, a la zona de la mitad de la cancha, para darle confianza al equipo. Eso que tanto se criticó en otros tiempos, como gesto de desesperación infructuoso, hoy, con otro contexto, fue útil para quitarle presión a sus compañeros en un momento difícil.

Poco después, a los 28, el equipo nacional se puso en ventaja. Nicolás Tagliafico se adelantó, recuperó una pelota bárbara en campo rival y Giovani Lo Celso se la dio enseguida a Messi para no perder tiempo. El 10 la aguantó, hizo un rodeo y le ganó la cuerda a Giovanni Di Lorenzo. Llegó hasta el fondo, tiró un centro atrás y Lautaro Martínez, con el revés del pie derecho, solo tuvo que empujarla.

Con el ánimo por las nubes, el campeón de América comenzó a crecer. Messi, eje total del equipo en la primera mitad, se hizo imparable para rivales que literalmente no le podían sacar la pelota de los pies. Y también, desde entonces, comenzó a hacerse esencial Lautaro Martínez.

A los 45, el ex hombre de Racing recibió en la mitad de la cancha de espaldas un pase largo de "Dibu" Martínez, bajó la pelota y le giró con maestría nada menos que a Leonardo Bonucci. Condujo y en el momento exacto le metió pase entre líneas sensacional a Di María, que le ganó la espalda a Chiellini y definió con la cara externa de su pie izquierdo ante una salida de Gianluigi Donnarumma algo lenta.

En el entretiempo, Mancini realizó tres cambios y la Azzurra se desarmó. Salió con desesperación a atacar pero sin ideas y quedó muy expuesta en el fondo. Y Argentina supo aprovecharlo muy bien.

En la segunda mitad generó un sinfín de oportunidades de gol, se lució con jugadas de enorme gesta técnica y tuvo tiempo para florearse. Realmente mostró una superioridad descollante ante un rival de enorme fuste.

Donnarumma le tapó dos remates a Messi, uno a Di María y salvó en la línea un pase muy comprometedor que le dio su compañero Bonucci. Además, Lo Celso falló una oportunidad inmejorable, por el segundo palo y sin oposición tras una recuperación formidable de Messi.

Todo era una fiesta absoluta, que merecía, por el trámite del encuentro, coronarse con un tanto más. Casi en la última del partido, Paulo Dybala, que ingresó cuando no quedaba casi nada de tiempo, robó en la mitad de la cancha y se la dio a Messi. El jugador del PSG, que buscaba su gol, no pudo terminarla, pero al ex Instituto le quedó justa para acomodarla maravillosamente contra el palo izquierdo del arquero.

Fiesta total: Argentina jugó un partidazo, derrotó 3 a 0 a Italia y gritó campeón

Fue todo en términos de fútbol, pero no en cuanto a los festejos, que se prolongaron durante un largo rato con total lógica. Para estos jugadores todo es goce y disfrute. Aman jugar entre ellos, se divierten en la cancha y cosechan las mieles de una relación de profundo enamoramiento con los hinchas. El equipo no puede desconocer la importancia del futuro cercano, pero no por eso debe dejar de disfrutar un momento totalmente histórico.