El interés por contar con la figura pudo más que la rigurosidad de la norma. A pesar de que desde el gobierno australiano habían anunciado que ningún tenista no vacunado ingresaría al país, la necesidad de tener al 1° del ranking de la ATP y confirmar al menos a uno de los tres tenistas más grandes del siglo para el Abierto de Australia, venció toda legislación.