Muchas veces se califica a un partido de bajo vuelo como olvidable. Este, en cambio, será recordado como una final muy fea en la que el miedo a perder causó estragos. En un partido soporífero, Boca y Talleres empataron 0 a 0, pero el Xeneize hizo honor a su historia y se consagró en los penales. Otra vez, como en casi todo el torneo, Agustín Rossi fue esencial.

En el comienzo, el encuentro mostró la intensidad lógica de una final. Nervios, mucho ímpetu para buscar la pelota pero, al mismo tiempo, un juego bastante cortado. Hasta ahí era razonable, pero la cuestión en vez de mejorar empeoraría notoriamente.

En buena medida, la T fue quien propuso que el partido sea así trabado. Sin ideas demasiado claras para crear, sí entendió que debía cortar a como dé lugar, incluso con infracciones, cualquier oportunidad de contraataque rival y meter en la mitad de la cancha ante cada acción dividida. En un primer tiempo flojo, tuvo un par más de aproximaciones que su rival que no pateó al arco en 90 minutos.

El Xeneize no le escapó a eso una vez que fue propuesto, pero como idea inicial intentó un juego un tanto más prolijo que jamás pudo imponer. Por imprecisiones propias y porque por el tono de la final, de tanta tensión, daba la sensación de que había que tener un equipo demasiado aceitado para que esa idea salga bien.

En la segunda mitad la historia no cambió demasiado. Bajó un poco el ritmo del juego, lo que favoreció mínimamente a Boca, pero no pudo sacarle provecho. Está claro que el equipo muestra una dependencia enorme de Edwin Cardona para crear juego. Pero en esta clase de partidos y ante rivales más exigentes, el colombiano intenta igual que siempre pero consigue prosperar mucho menos que lo habitual.

Es probable que la responsabilidad no sea exclusivamente de él. Si hay un solo generador de juego, con contenerlo a él, especialmente si sus compañeros no muestran movilidad, alcanza para neutralizar a un equipo.

Del lado del equipo de Alexander Medina, la propuesta siguió siendo la de plantear un partido intenso y áspero, con varias jugadas al límite de la expulsión. Muestra de ello fue lo mucho que se pegaron Luis Advincula y Ángelo Martino, con el peruano como el más castigado. 

Curiosamente, más allá de eso, el primer expulsado del partido fue un jugador del equipo de Sebastián Battaglia. Juan Ramírez se ganó una primera amarilla correcta por cortar un ataque con un agarrón y una segunda, a los 24 minutos, por ir a pelear una pelota con Tenaglia y dejar la pierna demasiado alta. La consecuente roja no modificó la historia.

Battaglia, tal como había sucedido con River, rearmó la mitad de la cancha y sacó a Cardona. El conjunto cordobés pasó a tener que asumir un rol decididamente más protagónico en el partido y si bien tuvo un par de llegadas de riesgo, no hizo pesar el hombre de más de un modo tan eficiente.

A falta de nueve minutos, el entrenador del conjunto de La Ribera sacó a Luis Vázquez, delantero, y puso a Agustín Sández, defensor por izquierda. Las aspiraciones ofensivas de su equipo perecieron al instante. Pero Talleres tampoco opuso una búsqueda denodada: los dos claramente se contentaron con el empate.

En los penales, todo fue eficacia, salvo por una ejecución. Héctor Fértoli le dio cruzado contra el palo derecho de Rossi, aunque sin gran ángulo. El ex arquero de Defensa y Justicia lo contuvo y comenzó a presagiar el desenlace. Boca apeló a su afinidad histórica con los penales y consiguió imponerse por 5 a 4.

El título merece ser festejado y el hincha Xeneize podrá pasar unas fiestas tranquilas. Está claro que no desbordará de alegría y no recordará con lágrimas en los ojos la gesta de la Copa Argentina 2021. Seguramente brindará con la tranquilidad que da la consecución de un objetivo, aunque con la preocupación de que en materia de juego y de proyección a futuro, todo sigue igual que ayer.