En el fútbol argentino existen tradicionalismos muy arraigados. Algunos equipos tienen una historia respecto de la cual son absolutamente inflexibles, y cualquier propuesta que choque con ese estilo, a partir del cual se han cosechado la mayor cantidad de éxitos, parece destinada al fracaso. La escuela de Estudiantes, con las enseñanzas de Osvaldo Zubeldía y Carlos Salvador Bilardo, es, quizás, el ejemplo más concreto de conservación de un modo específico de ver el fútbol a través de los años. Independiente y su histórico paladar negro, un poco más diluido en estos tiempos, parece otro ejemplo fuerte, en una vereda opuesta.

Boca y River han tenido a lo largo de su historia estilos antagónicos. Sin embargo, han sido mucho menos conservadores y han renovado en buena medida sus propuestas, contemplando la historia pero separándola de la actualidad. A pesar de ello, hoy por hoy, ambos proponen ideas de juego con notoria influencia y conexión con las mencionadas raíces, y que, a pesar de haber sido refrescadas, siguen oponiéndose en muchos aspectos.

El equipo de Marcelo Gallardo, desde su asunción en 2014, tuvo muchas caras. Aquel primer equipo exquisito e imposible que salió subcampeón de Racing a nivel local y que ganó la Copa Sudamericana, que giraba en torno a la zurda exquisita de Leonardo Pisculichi, tiene muchas similitudes con el de hoy, que tiene una línea de cinco defensores, que contrario al razonamiento lógico simple, no tiene por objetivo defenderse con más hombres.

En todos los casos hay un patrón común. Una búsqueda de protagonismo basada en imponer las condiciones en las que un partido se juega, sin la necesidad de que exista un planteo determinado del rival. River gana, pierde o empata, pero el desarrollo de cada encuentro, salvo en contadas excepciones, es el que propone.

Gallardo se fija en lo que le plantea el rival y usa eso para determinar por que sectores o con que tipo de acciones se puede generar más daño. Pero, el éxito de su propuesta suele estar bastante más vinculado con la precisión de sus propios interpretes en ese día y contexto puntual, que en lo que sea que el rival plantee. Lógicamente, determinadas tácticas y estrategias del oponente dificultan más el juego de River que otras, pero prácticamente en ningún caso impiden que lleve a cabo la forma de jugar que pretende.

Este Boca es mucho más fluctuante. Por supuesto, hay una influencia lógica del tiempo. El proceso de Gallardo es de casi siete años, mientras que Miguel Ángel Russo solo lleva uno y unos meses en el cargo. Sin embargo, las variaciones en el nivel son muy pronunciadas. Las mejores actuaciones del Xeneize de Russo han sido de las más destacadas de los últimos años, así como las peores, también resaltan respecto de los últimos equipos de Boca.

Definitivamente, los mejores momentos de este Boca, ya sea un partido, como el último ante Vélez, o una racha, como aquella con la que cerró la última Superliga que se disputó y en la que terminó como campeón, son superiores a cualquier actuación del equipo de Gustavo Alfaro, y pelean, aunque con estilos distintos, con los mejores momentos de la era de Guillermo Barros Schelotto. Así como los peores partidos, como aquel en la vuelta de la Copa Libertadores frente a Inter o contra Santos en Brasil, son incuestionablemente más bajos que cualquiera de la última etapa.

Boca contrasta con River, especialmente en lo mucho que su nivel depende de lo que haga el rival. Naturalmente, el Xeneize posee jugadores con una capacidad gigante para explotar espacios poco ocupados. De diferentes modos: Sebastián Villa a pura velocidad y Edwin Cardona por contar con ese segundo de más que los creativos requieren para imaginar una jugada, por ejemplo. Además, es un equipo con mucho gol. No es sencillo encontrar jugadores que tengan tanta facilidad para convertir. De hecho, River no la tiene. Pero el conjunto de Russo, aún sin un centrodelantero definido, convierte por montones.

Sin embargo, requiere que los espacios se creen; necesita que aparezcan. No tiene, a diferencia del Millonario, la capacidad de crearlos. Carece de una movilidad trabajada para generar huecos en espacios reducidos. Depende de que el rival arriesgue y deje esos lugares vacíos. Si eso no sucede, suele nublarse. Si efectivamente pasa, lastima de un modo despiadado.

Ambas propuestas son ofensivas. Los dos, por sus ambiciones y los recursos con los que cuentan, suelen tener las responsabilidad de ganar. Pero la búsqueda es distinta. Este domingo se enfrentarán en La Bombonera esos dos estilos. El que intenta arribar a un objetivo contemplando al rival, pero sin necesidad de que este se presente de un modo específico y el que tiene una mayor necesidad de que el contrincante deje determinados espacios, pero si lo hace, genera un daño enorme.

El duelo promete. En la final de la Supercopa Argentina, River demostró lo que puede hacer cuando encuentra precisión en el último pase y acierta en la definición. En esos casos parece no tener oposición. Sin embargo, incluso en esas circunstancias, el equipo de Gallardo suele dejar los espacios que Boca necesita para ser un equipo voraz.

Juan Ignacio Minotti