Aquellos que hayan leído la nota de la mítica "Batalha dos Aflitos" recordarán que quedó en el tintero desarrollar el devenir de la carrera del héroe de aquel partido. Aquel chico de 17 años que se calzó al hombre a su equipo con cuatro jugadores menos y convirtió el gol de la gloria. Anderson, el joven que se transformó en ídolo del Gremio proyectaba un futuro alucinante.

Y en buena medida consiguió hacer una carrera muy buena, pero todo se desmoronó muy rápido. Una adicción a la comida rápida y severos problemas con la justicia impidieron que el chico que entró en la historia a los 17 años, que fue subcampeón mundial juvenil y que ganó el premio Golden Boy, termine su carrera al nivel que la empezó.

Anderson Luís de Abreu Oliveira debutó en el Gremio a los 16 años y más allá del mencionado episodio en el que se metió en el corazón de los hinchas para siempre, ya asomaba como un jugador de inmenso talento. Había sido elegido como el mejor jugador del Mundial sub 17 del 2005, jugado en Perú, en el que Brasil perdió la final frente a México.

En octubre terminó ese torneo y en noviembre estaba defendiendo la camiseta del Tricolor Gaúcho en aquel recordado encuentro ante Naútico. Menos de un mes después de hacer el gol que devolvió a un gigante del continente a la máxima categoría de su país, con todo el peso que eso conlleva, fue vendido al fútbol de Europa.

Con 18 años había sido figura de un Mundial juvenil, había tenido que jugar el partido más caliente de la historia de su país y había sido transferido al exterior, un ascenso muy veloz que podría marear a cualquiera. Y no llegaba a cualquier sitio; fue vendido al Porto, equipo que hacía solo un par de temporadas había ganado la Champions League de la mano de José Mourinho.

No tardó más que unos meses en debutar y no pasaron más de dos años hasta que de Portugal saltó a uno de los equipos más grandes del mundo: el Manchester United. Allí compartió plantel con Cristiano Ronaldo, Wayne Rooney, Carlos Tévez, Paul Scholes y Rio Ferdinand entre otros jugadores con mucho peso.

En ese mismo año, 2007, se puso por primera vez la camiseta del seleccionado mayor de su país. No sólo jugó la Copa América de Venezuela, sino que fue campeón del torneo, luego de ganarle la final a la Argentina por 4 a 0, en un encuentro en el que estuvo en el banco de los suplentes. También fue medalla de bronce con la sub 23 en los Juegos Olímpicos de Beijing 2008.

Aquel fue el año de su despegue total: fue campeón de la Premier League y de la Champions League, como pieza clave de un equipo plagado de estrellas. Esas actuaciones le valieron el premio Golden Boy que entrega la FIFA, el mismo que recientemente le fue otorgado al español Pedri, en reconocimiento al mejor jugador sub 21 del mundo.

Pero cuando tenía todo para brillar, empezó a encandilarse. Su influencia en el equipo comenzó a mermar. El legendario Sir Álex Ferguson, que había confiado mucho en él, ya no lo ponía tan seguido y su forma física parecía deteriorarse con el paso de cada temporada.

En aquel entonces pocos supieron a que se debía su bajón futbolístico. Cada vez jugaba menos, al punto que en 2014 lo prestaron a la Fiorentina para ver si podía recuperar su forma y volver a Inglaterra. Pero no ocurrió: sólo jugó ocho partidos en Italia, volvió al Manchester, jugó tres encuentros más y dejó la élite del fútbol.

Varios años después dos de sus compañeros en Inglaterra, los hermanos Rafael y Fábio, laterales del Manchester United, revelaron en su autobiografía conjunta los motivos de la caída de su talentoso compatriota. "Diré algo sobre Anderson: si hubiera sido un jugador de fútbol más profesional, podría haber sido el mejor del mundo. Pero simplemente se comía lo que le pusieran frente a él", afirmaron en el libro.

Además, revelaron comportamientos increíbles del talentoso volante creativo en su vida diaria: "Podíamos ir en el micro del equipo, pasar por una estación de servicio en la autopista y escuchar a Anderson saltar y gritar de manera impulsiva: 'McDonald's, McDonald's'. No fue una coincidencia que su mejor forma llegara cuando tenía muchos partidos, porque era cuando no podía comer tanto".

Su carrera comenzó a caer notoriamente cuando solo tenía 27 años. Intentó regresar a su país natal y curiosamente no volvió al Gremio, sino que retornó para jugar en Inter, su clásico rival en la ciudad de Porto Alegre. Pero, tampoco tuvo un buen nivel y terminó cedido en Coritiba.

Finalmente, a la corta edad de 31 años le puso fin a su carrera tras una temporada en el Adana Demirspor de Turquía. En agosto de este año, ya retirado del fútbol, fue acusado ante la Justicia de formar parte de una banda delictiva que realizaba robos, estafas y lavaba dinero. Entre los cargos figura el de desviar 6,5 millones de dólares de bolsas estatales y utilizar criptomonedas para lavar activos.

A pesar de que su abogado ha afirmado que tiene las pruebas suficientes como para demostrar que la ex estrella del fútbol "fue víctima y no participante" de la organización delictiva, se enfrenta a cargos que podrían costarle hasta 10 años de prisión.

Su carrera, meteórica y maravillosa, se apagó tan fugazmente como se encendió. Una prueba más de que el talento, aún en proporciones enormes, como el que tenía Anderson, no es la única condición necesaria para un desarrollo profesional óptimo.