La Selección Argentina llegó al Mundial de Alemania 2006 con buen semblante pero con algunas dudas respecto al grupo complicado que le había tocado. Debía enfrentar a la sorpresiva Costa de Marfil de Didier Drogba, a Serbia y Montenegro, heredera de la poderosa Yugoslavia, y a Holanda. El conjunto nacional marchó de manera casi inmejorable por la primera ronda, pero un partido en particular quedó en el eterno recuerdo.

El conjunto que por entonces dirigía José Néstor Pekerman sorteó con éxito el primer partido ante el seleccionado africano. Hernán Crespo y Javier Saviola, tras un pase delicioso de Juan Román Riquelme, convirtieron los tantos para Argentina, que no pudo zafar de Drogba, autor del descuento, pero que consiguió un buen triunfo.

Para la segunda fecha todo era expectativa. Aguardaba un equipo como Serbia y Montenegro que se consideraba fuerte, pero fundamentalmente imprevisible. Además, los europeos se jugaban prácticamente su última chance, dado que habían perdido 1 a 0 en el primer partido ante Holanda.

El 16 de junio, en el Veltins-Arena, estadio del Schalke 04, la Albiceleste jugó uno de sus mejores partidos en toda la historia de los Mundiales. Mostró un nivel de juego colectivo demencial, que, a pesar de las debilidades rivales, invitó a todo un país a ilusionarse fuertemente.

Con el partido 3 a 0 a favor y una fiesta argentina en las tribunas, el entrenador llamó a quien por entonces era casi un adolescente que pintaba para crack. Lionel Andrés Messi, un chico que por entonces estaba a días de cumplir 19 años y que ya hacía de las suyas en el Barcelona con la camiseta 18 en su espalda ingresaba a la cancha, para alegría de muchos argentinos, entre ellos, Diego Armando Maradona, que gritó enfervorizado.

Maradona alentando a Argentina en el Mundial 2006 con la camiseta conmemorativa de México 1986.
Maradona alentando a Argentina en el Mundial 2006 con la camiseta conmemorativa de México 1986.

Aquel joven que en la selección utilizaba la camiseta 19, ya que la 10 era indiscutiblemente de Riquelme y la 18 de Maximiliano Rodríguez, que ese día hizo dos goles, apenas estuvo tres minutos en el terreno de juego antes de hacer su primera aparición determinante.

Recibió de Riquelme, se metió en el área por la izquierda y soltó un pase bastante difícil de imaginar para Crespo, que llegó por el segundo palo detrás de muchas piernas. El goleador salió a festejarlo, pero inmediatamente señaló con el dedo y fue a abrazar al autor de la jugada.

Pero hubo tiempo para más, para la frutilla del postre. Cuando quedaban dos minutos, Carlos Tévez, que ya había hecho su gol, combinó con Crespo y abrió hacia la derecha para Messi que corrió con visible emoción hasta que encontró el hueco para rematar de derecha y coronar un 6 a 0 absolutamente inolvidable.

La suerte de Argentina en esa Copa es historia conocida. El famoso cambio de Riquelme por Julio Cruz, la lesión de Roberto Abondanzzieri y la imagen de Messi sentado en el banco de los suplentes sin botines en los cuartos de final ante Alemania no podrán opacar el brillante episodio inicial de una serie genial, que todavía tiene capítulos por escribirse.