En términos generales, en el fútbol, la localía es un privilegio. La mayoría de los equipos, salvo contadas excepciones o circunstancias muy particulares, prefieren jugar en su cancha, por el conocimiento del tipo de campo de juego, de las dimensiones del mismo y del apoyo de la hinchada. Esto no había sucedido en la Argentina por casi dos años, hasta que en la fecha 14, que finalizó este lunes, volvió a suceder. ¿Influyó en los partidos?

Ante un primer pantallazo no parece haber una incidencia directa en los resultados, al menos no de la forma en la que tradicionalmente se asocia el aliento del público. Fue una fecha donde el resultado que más se repitió fue el empate, en seis de los partidos jugados. Sólo hubo cuatro triunfos de equipos locales y tres derrotas. 

Es decir, si lo que se espera de manera más primaria es que el público con su aliento impulse a los locales al triunfo, eso no pasó, al menos a gran escala. Para tener una referencia, en la fecha 13, sin público, los locales habían conseguido ganar siete de los 13 partidos.

Tampoco se puede hablar directamente de una influencia en la especulación, es decir que la necesidad de los equipos de no perder ante su gente haya generado más empates de la cuenta. Estuvo lejos de ser la fecha con más igualdades. En la décima jornada hubo nueve partidos que terminaron en tablas y en la segunda ocho.

Además, de los seis empates de esta última fecha, en tres hubo goles. En esos tres encuentros en los que se rompió el resultado, alguno de los tantos convertidos fue en los últimos 10 minutos; es decir, cero lugar a la especulación. 

Es probable que quede marcada en la memoria colectiva la acción de la expulsión de Marcos Rojo en el River - Boca como una jugada en la que, tal vez, sin público, el marcador central hubiese zafado de la segunda amarilla. De todas maneras, y más allá del absolutamente necesario regreso de los hinchas, que generó en la gran mayoría un desahogo emocional insoslayable, en lo deportivo no parece haber habido una influencia mayúscula.