Este editorial es un homenaje a los que han dejado su vida en pos de las libertades de pensamiento, elección sexual, familiar, y derechos humanos.  Es mi deseo principal, informar y visibilizar.

Las personas que juzgan, que critican, que señalan, que separan, que insultan, que discriminan, las que deciden qué es lo correcto y qué no lo es, cuáles son los buenos y quienes los  malos; no son malas personas, no. Algunas no. Son personas ignorantes. Pero sobre todas las cosas son personas que padecen lo que yo llamo “la incultura emocional”. Es decir que sus corazones no han sido capaces de tocar la realidad y la verdad del otro. Por eso es tan importante conocer, reconocer y saber qué le pasa al que tengo al otro.

Cuando el que tengo al lado se convierten mi hijo, hermano, en mi mejor amigo, en mi compañero de pupitre, o trabajo, en mi madre o en mi padre y me doy cuenta que a menudo no lo veo cuando llego a casa porque está dentro de un armario; entonces tengo que hacer todo lo posible por encontrar la llave que abra esa cárcel en la que vive. La carcel de la humanidad. Una cárcel que está en el pensamiento y que se cura cuando uno abre el corazón. Cuando tu hermano, tu padre,  hijo, amigo forman parte de ese colectivo que has señalado con el dedo, te cambia la película y empiezas a mirar la realidad con otros ojos.
Hablar del Bosco es hablar de un pintor conocido mundialmente como “maldito”, como malditos han sido y son, los que se treven a ser “distintos y diferentes”.

La historia comienza en el año 1493 en una aldea holandesa cuando una noche un incendio provoca la muerte a seiscientas cuarenta y tres personas las cuales murieron abrasadas por las llamas en un pajar. El adolescente que se convertiría en el pintor conocido como “El Bosco”, observó como ardían aquellas gentes y morían sin que sus vecinos pudiesen hacer nada por sofocar las llamas. Aquello le marcaría para toda su vida convirtiéndole en un pintor de cuadros macabros que plasmaba en los lienzos el  horror que vivía en su interior. Sus obras fueron las obras de “El Maestro”, como le llamaban. Perseguidas y quemadas como su infancia, la Iglesia las consideró herejias.

¿Por qué el Bosco? Porque entre ellas está una pintura trascendental y mística: “El Jardín de las Delicias”. Un tríptico pintado al óleo sobre tabla considerada una de las obras más fascinantes y misteriosas del arte. La obra recopila mundos fantásticos y ocultos, símbolos que hasta el día de hoy son interpretados de manera dispares: hombres con pies de pez, hombres con pies de caballo, sirenas sin genitales, por lo tanto sirenas o sirenos indistintamente. Personajes que se balancean entre los estereotipos de lo que es un hombre y lo que es una mujer. Transformaciones fantásticas, operaciones metamórficas. El hombre que se confunde y se mezcla con el animal. Un hombre cardo. Una suerte de ave cuya nariz se trompa en una trompeta metálica. Un enano con cuerpo emplumado, y cola de lagarto. Humanos encerrados en huevos semi-transparentes y gelatinosos. Seres híbridos.
Conozco una niña con pene, que les pide todas las semanas a sus padres asistir al Museo Nacional del Prado en Madrid, para poder deleitarse con el Jardín de las Delicias y sentirse menos diferente.

Busco incansablemente ese territorio en el que todos comprendamos que lo distinto suma, no resta.
En julio de 2007 Gabriela Mansilla, una mujer Argentina, dio a luz dos mellizos de 35 semanas de gestación. Desde sus comienzos, el bebe protagonista de esta noche, -Manuel-, necesitaba más atención que su hermano.

A los dos años ya empezaron sus primeras alusiones a que “él no era un nene sino una nena”. Mientras su hermano jugaba con autos y trenes, él, es decir, ella, solo aceptaba peluches. En un primer momento sus padres la llevaron a una psicóloga infantil que le aplicaría un método correctivo y de reafirmación masculina. Aquellas sesiones fueron letales para el niño; es decir, la niña. Sus padres sin entender qué estaba sucediendo, sus llantos, sus gritos, su desesperación, sus tironeos de pelo, su necesidad de agarrar un trapo para hacerse una pollera (falda) o una peluca; sentían que remaban en dulce de leche hacia una cascada infinita. Los primeros regalos de color rosa fueron a escondidas del padre. Este un día no pudo más con la realidad y les abandonó.
El final del principio comenzó un 31 de julio del 2011, después de cientos de “NOES” y rechazos: “tú eres un nene, no una nena”. Así lo describe en el libro “Yo nena, yo princesa” su madre (p.44).

          “Esa noche papá trabajaba, fue el 31 de julio del 2011, no se me olvida más, estaba cocinando y te apareciste delante de mi con una remera mia puesta. Tenías otra carita, te miré y te dije:

  • “Otra vez lo mismo, sácate esa remera, Manuel”.
  • “No” – responde Manuel.
  • “A ver mirame, sos un nene, sácate esa remera”.
  • “No, soy una nena”.
  • “No, sos un nene y te llamás Manuel”.
  • “No, soy una nena y me llamo Luana”.
  • “¿¡Qué!?”
  • “Me llamo Luana y si no me decís así no te voy a hacer caso”.