Siento vergüenza ajena por el silencio de la presidenta de la Nación. Recién se dignó a decir unas pocas palabras anoche, después de un año de la masacre de 52 personas en la Estación Once, en donde hay claras responsabilidades de funcionarios del gobierno nacional. Me cuesta comprender esa actitud negadora de ni siquiera mencionar el tema durante tanto tiempo. Fue una tozudez y una crueldad que lastimó a los familiares porque pretendió ocultar con el lenguaje el horror de semejante siniestro que conmovió a la Argentina. Como dijeron los familiares, para el gobierno, la tragedia no existió.

Siento vergüenza ajena por el senador Miguel Angel Pichetto. Apeló a una chicana reglamentarista para evitar que la Cámara Alta rindiera un humilde homenaje a los muertos de Once. Una censura despreciable que recién corrigió a la noche después de ver la repercusión negativa que el papelón de su bloque había generado. El menemista, duhaldista y kirchnerista de la primera hora tuvo 10 horas de obsecuencia y estuvo mas preocupado por pelearse con Amado Boudou que por otra cosa.

Siento vergüenza ajena por la obediencia debida de Julio Grondona y toda la monarquía mafiosa que gobierna el fútbol argentino. Grondona eterno, el señor de los anillos, el padrino de los negocios más fabulosos discriminó a los familiares de las víctimas y ordenó que en las canchas no se permitiera colocar un cartel, una bandera, una pancarta reclamando justicia. Recién a último momento y después del escándalo y la indignación que produjo su negativa, autorizó a que se realice un minuto de silencio, antes de los partidos. El dueño del fútbol que convive con los criminales de las barras bravas prohibió la libertad mas elemental de una democracia que es la de expresarse, la de reclamar, la de peticionar a las autoridades. Pregunto:¿Fue una idea de Grondona? ¿O aceptó una orden? ¿Quién es tan poderoso para darle una orden a Grondona, que hizo amistades hasta con la dictadura? ¿Juan Manuel Abal Medina, Carlos Zanini o la propia presidenta de la Nación?

Siento vergüenza ajena por los funcionarios nacionales del transporte con Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi a la cabeza que estuvieron más preocupados por sus negociados y por responsabilizar a las víctimas que por la seguridad para viajar de los pasajeros.
Siento vergüenza ajena por los empresarios, empezando por los hermanos Cirigliano, que tenían que devolver como retorno coimero gran parte de los millones y millones en subsidios que les daba el gobierno y privilegiaban su rentabilidad en lugar de invertir para que los trenes funcionaran como tenían que funcionar y no se convirtieran en un cementerio que transita por las vías.

Siento vergüenza ajena por muchos para-periodistas oficiales que callan por miedo a las sanciones del gobierno
nacional. Temen que les echen de sus trabajos o que les quiten el único combustible que los mantiene en pie: la pauta oficial. ¿O es producto de la casualidad que los diarios y los cronistas militantes casi no hablaron del tema durante un año? ¿O también en este tema siguen las enseñanzas de la presidenta?

Siento vergüenza ajena por un sector de la sociedad encarcelado en su propio disvalor del “no te metas” sobre el que tanto se montó la dictadura militar. Si los argentinos bien nacidos no participan y no se involucran, todo queda libre para que lo ocupen los argentinos mal nacidos. Lavarse las manos y borrarse frente a la negligencia y la corrupción que mata es también una forma de complicidad.
Siento vergüenza ajena porque aún hoy, el maltrato oficial, a un año del horror ferroviario, condena a muchos heridos y sobrevivientes a mendigar lo que les corresponde.

Siento vergüenza ajena por todo lo que hace a las víctimas mas víctimas y las vuelve a matar con el silencio y la indiferencia.
Finalmente siento orgullo por los familiares. Por esos padres y madres coraje, por esos esposos, por esos hijos y hermanos que tienen una entereza y una dignidad que emociona.

Eran estudiantes, trabajadores, soñadores, novios, amigos, una vida por nacer en una panza floreciente, tímidos, audaces, solitarios, familieros, eran como cualquiera de nosotros, porque cualquiera de nosotros podría haber estado en su lugar. Son muertos que llevamos adentro. Que laten en nuestro corazón. Aunque el poder mire para otro lado.

Son “madera noble, roble su corazón”, como dice la canción de Lucas, porque siguen peleando por memoria, verdad, juicio y castigo a los culpables para que Nunca más haya crónicas de tragedias anunciadas. Para que Nunca Más, haya viajes hacia la muerte.