El doctor Alfredo Lorenzo Palacios se hizo primer diputado socialista de América recorriendo los conventillos del barrio de La Boca. Dicen que era apasionante su actuación en aquellos patios de inmigrantes hambrientos y anarquistas en 1904. Y que cada consigna inflamada contra las injusticias era traducida inmediatamente al genovés por sus amigos.

Así entró Palacios en la historia grande de la Argentina. Así llegó para instalar la rebeldía permanente quien, entre otras cosas, fue el autor de gran parte de nuestra mejor legislación laboral. Por eso solo, Alfredo Palacios merecía el monumento que ayer se inauguró frente a ese Congreso de la Nación que lo tuvo siempre como diputado o senador como un defensor de los más débiles. A él le debemos el descanso dominical, el sábado inglés, la ley contra la trata de personas, la protección de los sectores mas vulnerables de la sociedad y, lo digo para patear el tablero, la ley del voto femenino.
 
Es cierto que llegó para implementarse de la mano huracanada de Eva Perón en 1947. Pero Alfredo Palacios ya había presentado el proyecto nueve años antes. Los argentinos le debemos muchas cosas a Palacios. Una mirada nacional del socialismo. La intención permanente de mezclar las banderas argentinas con las rojas de su ideología. Y la defensa permanente de la libertad. Por eso peleó contra todos los regímenes autoritarios aunque tuviera un ropaje de izquierda.

A Perón lo caracterizó como un fascista y Perón le contestó que era un payaso pero por las dudas lo metió preso. Peleas históricas que continúan hoy por otras vías entre quienes creen ( creemos) que la libertad es un grito sagrado y un valor supremo y los que sostienen que se pueden cercenar ciertos derechos individuales en función de una justicia social que promueva a los de abajo.

Esta tal vez sea la principal característica de Alfredo Palacios. Socialismo, si. Pero en libertad. La placa que tenía colgada en la puerta de su histórica, humilde y única casa de la calle Charcas decía textualmente: “Dr Alfredo Lorenzo Palacios. Atiende gratis a los pobres”. Palacios nunca se dejó domesticar por nadie, ni siquiera por su partido. Fue indomable para todos menos para las bellas mujeres que se diseminaron por su vida, enamoradas de ese romántico luchador de los bigotazos hacia arriba, el poncho sobre los hombros y el chambergo ladeado. Don Alfredo también era un Don Juan. El Partido Socialista lo expulsó porque quiso batirse a duelo, algo que estaba prohibido por ser considerado un gesto burgués. Palacios nunca tuvo un peso y la mitad de sus ingresos como legislador iban a parar sistemáticamente a las arcas de su partido.

No le remataron su casa por milagro y por la ayuda que recibió de algunos amigos. El prefería escribir libros y levantar barricadas en lugar de hacer dinero. Era un socialista cabal. Lejos de los lujos y cerca del proletariado. Una vez entró a punta de pistola a una comisaría de San Martín para llevarse una picana eléctrica que certificaba su denuncia sobre las torturas policiales. En un acto en Bragado lo tirotearon, fue perseguido por la tristemente célebre Alianza Libertadora Nacionalista y tuvo que exiliarse en Uruguay, la patria de sus padres.

Alfredo Palacios comprendió enseguida que nuestro destino estaba ligado al continente. Saludó la victoria de Augusto César Sandino en Nicaragua y en alguna de sus denuncias recibió el apoyo de varios profesores y científicos, un tal Albert Einstein, entre ellos. Su parábola con la religión es muy interesante. Se subió a la política a los 11 años por el lado de la fe. Ana, su madre que era muy creyente le daba a leer los textos bíblicos.

Alfredo quedó impactado con el Sermón de la Montaña y se acercó al Círculo de Obreros Católicos. Pero cuando cumplió sus 16 años, Juan B Justo fundó el Partido Socialista y esa agrupación se convirtió en el amor de la vida de Palacios. Ingresó en el cielo de los ateos que luego potenció con un fuerte anticlericalismo. Decía que quería la redención de los mas humildes pero primero en la tierra y después en el cielo. Hay cientos de frases que nos dejó como herencia intelectual. Una de ellas tiene gran vigencia. Dijo sobre los gobiernos que atropellan la opinión de los demas:

“Estan dominados por la obsesión de los totalitarios: que no haya adversarios”. Cualquier semejanza con la actualidad y la realidad no es pura casualidad.

Alfredo Palacios hoy es una bandera del socialismo con libertad. Un símbolo de la protección a los mas pobres. Un palacio popular.