En el balance de las grandes pérdidas de este año debemos anotar a doña María Elena Walsh y a don Ernesto Sábato. Dos argentinos luminosos que nos ayudaron a ver y a comprender en medio de la oscuridad. Corresponde rendirles nuestro humilde homenaje.

A su talento para bordar letras y melodías o, como decía Jose Martí, para darle a las palabras alas y colores , María Elena le agregó esa capacidad para decir las cosas de frente, sin pelos en la lengua, con la polémica y el coraje en el gatillo.

Por eso revolucionó el lenguaje. Porque fue la primera que no trató a los chicos como si fueran tontos. Fue la primera en sacarle el almidón escolar y severo a las canciones, en hablar jugando, en cantar divertido, en crecer con sonrisas. Por eso Manuelita con su nueva estética y su vieja ética quedó grabada a fuego en el corazón de las multitudes y de varias generaciones. Un día María Elena se marchó, igual que Manuelita.

Tuvo dos viajes que la refundaron. Fue a Estados Unidos invitada por Juan Ramón Jiménez aquél de la literatura inolvidable de “Platero y yo”. Y a Europa de la mano de Leda Valladares para huir de un peronismo que le sonaba autoritario y para armar un dúo inolvidable de vidalas, de bagualas y de vinchas. En París se enriqueció lícitamente. Su sensibilidad y su espíritu se multiplicaron interactuando con George Brassens, Jaques Brel, Charles Aznavour, Ives Montand, Pablo Neruda y Violeta Parra. Fue su propia serenata para la tierra de uno, una de las canciones mas hermosas que se han escrito sobre estas pampas y sobre estas pasiones inmigrantes y criollas que en ella se mezclan.

Mucho antes de que los dictadores argentinos inventaran la desaparición forzada de personas escribió: “Tantas veces me borraron, tantas desaparecí, a mi propio entierro fui/Sola y llorando/Cantando al sol como la cigarra/ después de un año bajo la tierra/ igual que sobreviviente que viene de la guerra.

Descubrió el ADN de nuestro país cuando habló del Reino del revés. Nadie baila con los pies. Un ladrón es vigilante y otro es juez. Esa editorial cantada por todos la escribió hace 47 años y parece que fuera hoy. Si hasta los trabajadores del INDEC aprovecharon su melodía para quejarse porque ahora parece que dos y dos son tres. María Elena nos hizo mejores a todos. Nos hizo más felices y pensantes. Nos hizo más chicos y más grandes. Nos hizo más alegres y llorones. Nos hizo más argentinos si eso es posible.

María Elena de la palabra, María Elena de la conciencia, María Elena de la decencia. Una vida militando en la imaginación no es poco. Una vida militando en la libertad lo dice todo.

Igual que don Ernesto que vivirá eterno en el corazón de los lectores. Sábato fue de los que lucharon siempre a favor de la vida. Un militante en contra de todo autoritarismo y a favor de su austeridad republicana y honradez.

Por eso sus libros son apenas una aproximación al tamaño de su estatura. Siempre comprendió como ser uno y el universo y diferenciar brutalmente entre los hombres y los engranajes después de atravesar el túnel de su primera novela. Los jóvenes deben saber que fue traducido a más de 30 idiomas.

Elogiado por Albert Camus, Graham Greene y Thomas Mann. Todo eso es cierto. Pero su espejo ciudadano trascendió largamente al escritor que comparte el Olimpo nacional con Borges, Cortazar y Bioy. Tal vez pueda ser resumido en una especie de rezo laico en el que se convirtió su prólogo del informe Nunca Más sobre la desaparición de personas. Ese Nunca Mas que todavía estremece cuando se usa como grito de paz y en su relato: “Unicamente así podremos estar seguros de que nunca mas en nuestra patria se repetirán los hechos que nos han hecho trágicamente famosos en el mundo civilizado”. Reconozco que algunos lo humillaron y profanaron ese texto y le agregaron otro más oficialista que sincero.

Perdón por eso y gracias por todo, don Ernesto. Por haber elegido las palabras frente a los números, la fantasía frente a la ciencia y la libertad frente a la noche. La última vez que lo ví me di cuenta que usted sabía que dios le tiene reservado, igual que siempre, sus santos lugares. Santos Lugares para vivir y soñar con el escritor y sus fantasmas.

Santos Lugares para ir a descansar con sus huesos. Dicen que muchos seres humanos con un solo párrafo bien escrito, justifican su existencia. Si así fuera, en su caso, yo elijo este: “solo quienes sean capaces de sostener la utopía serán aptos para el combate decisivo, el de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido”.

No quería terminar el año sin recordarlos. Doña María Elena y don Ernesto fueron, son y serán nuestra memoria colectiva. Padres nuestros que están en el cielo.