El 12 de junio de 1974 quedó en la historia como el del último discurso de Juan Domingo Perón en la Plaza de Mayo, aquel de “la más maravillosa música que es la palabra del pueblo”, pero pocos recuerdan que ese mismo día, horas antes, el viejo líder amenazó con renunciar molesto porque algunos sectores gremiales y empresarios saboteaban su “Pacto social” generando aumentos de precios y desabastecimiento.

Fue hace 40 años y significó el último contacto de Juan Domingo Perón con su pueblo desde los balcones de la Casa Rosada, tal vez el más visceral de su tercer mandato, con su figura enfundada en un memorable sobretodo cruzado gris con solapas negras, y su rostro por momentos adusto y los puños crispados detrás de los micrófonos de Canal 7 y LRA.

Perón no estuvo ya detrás de un vidrio blindado, como al asumir el 12 de octubre de 1973 por temor a un atentado, y habló ante una concentración que tuvo mucho de espontánea -poco habitual en aquellos tiempos-, con algunos carteles de sindicatos y mucha gente suelta, especialmente miles de empleados de oficinas céntricas y grupos que llegaron a movilizarse a tiempo desde la Capital y el Gran Buenos Aires.

Todo se desencadenó muy rápido. En horas del mediodía el tres veces presidente dio un inesperado discurso por la cadena nacional de radio y televisión que hoy pocos recuerdan.

Allí se despachó con una dura crítica hacia quienes estaban “en una campaña psicológica de los elementos negativos de la nacionalidad, aliados a la acción foránea empeñada en anular el despegue argentino”.

Perón había firmado meses antes con la CGT y los empresarios de la CGE un “Pacto Social” y -con una curiosa similitud con el presente- en ese marco denunció a “los vivos de siempre” que “sacan tajada del sacrificio de los demás”, y advirtió que “los que hayan violado las normas salariales y de precios, como los que exijan más de lo que el proceso permite, tendrán que hacerse cargo de sus actos”.

"Algunos diarios oligarcas están insistiendo, por ejemplo, con el problema de la escasez y el mercado negro. Siempre que la economía está creciendo y se mejoran los ingresos del pueblo, como sucede desde que nos hicimos cargo del poder, hay escasez de productos y aparece el mercado negro. Subsistirá hasta que la producción se ponga a tono con el aumento de la demanda”, expresó.

“Mejoramos el salario real de los trabajadores, bajamos drásticamente la desocupación y aumentamos las reservas del país” recordó, y aludiendo a quienes saboteaban el gobierno popular enfatizó: “esas sectas minoritarias han llegado a la histeria y quieren que nos contagiemos para impedir que este proceso de cambio siga avanzando”.

Luego, apuntando a la fibra más íntima de una ciudadanía que lo respaldó nueve meses antes con un 62% de los votos, pronunció la frase que encendió todas las alarmas políticas y sindicales. “Si llego a percibir el menor indicio que haga inútil ese sacrificio, no titubearé un instante en dejar este lugar a quienes lo puedan llenar con mejores probabilidades”.

La CGT declaró minutos después un paro y, en medio de la confusión, convocó a la Plaza de Mayo, que un par de horas después estaba colmada, pero no por aparatos gremiales o políticos sino por gente llegada de manera individual o en grupos de trabajo, muchos con saco y corbata, recién salidos de sus oficinas.  Algunos llegaron a la Plaza cuando todo había terminado.

Con sus 78 años a cuestas -80 según algunos biógrafos que datan su nacimiento en 1893-, la voz ronca de Perón mencionó a los “enemigos que han comenzado a mostrar sus uñas”, habló de “enfrentar a los malintencionados y a los aprovechados", y sostuvo que "ni los especuladores, ni los aprovechados de todo orden podrán, en estas circunstancias, medrar con la desgracia del pueblo”.

Cuarenta y dos días después de su enfrentamiento verbal con Montoneros, el 1 de mayo en la misma Plaza -que terminó con la retirada de las columnas de la izquierda peronista-, el fundador del PJ pareció buscar el equilibrio de un nuevo centro de gravedad político, y dijo que no se dejaría influenciar ni “por los que tiran desde la derecha ni por los que tiran desde la izquierda”.

Un Perón que volvió de 17 años de exilio hablando de unidad nacional y pacificación, destacó ese último día en la plaza que no quería “que nadie nos tema; queremos, en cambio, que nos comprendan”, y recalcó que “frente al engaño y frente a la violencia, impondremos la verdad, que vale mucho más que eso”.

Al cabo de un discurso de poco más de 13 minutos, el líder dijo lo que todos querían escuchar: “Compañeros, esta concentración popular me da el respaldo y la contestación a cuanto dije esta mañana”, lo que fue respondido por una de las más fuertes y prolongadas ovaciones de la tarde, seguidas del clásico grito de “Perón, Perón”.

Luego vendría para la posteridad su célebre frase de “llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”, una verdadera despedida ante un pueblo que lo ungió como conductor indiscutido durante tres décadas, ya que 19 días más tarde fallecía o, como se dice de quienes quedan en la historia, pasaba a la inmortalidad.


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