Siete años después de la mecha que encendió la Primavera Árabe en Medio Oriente y el norte de África, la decepción por el aumento de la inflación, la falta de empleo, la corrupción crónica y los frágiles servicios públicos estalló en Túnez y en Irán. La caída del dictador tunecino Zine al Abidine Ben Alí en los albores de 2011 era la única historia aparentemente exitosa de aquel reclamo de democracia. Idénticos motivos desencadenaron en estos días las revueltas en Irán, exento entonces de aquellos avatares. Las protestas calaron ahora más hondo: desafiaron la autoridad del líder supremo de la revolución, el ayatolá Ali Khamenei.