Flaco, flaquito, te vamos a extrañar. Tu falta nos descoloca, nos hace tambalear. Es que fuiste un cimiento de mi generación. En tus letras nos hicimos adictos a la poesía y al contenido. Ya lo conté el otro día. Yo era un chico de la música comercial de Palito, el Club del Clan y los demás hasta que un compañero del secundario me dijo:”escucha esto, boludo. Avivate”. Era aquel disco entrañable de Almendra con la lágrima en la tapa. Esa lágrima que hoy es un emblema de lo que sentimos.

Por esa puerta de Almendra entré a la música progresiva, descubrí a Manal y a Los Gatos. No sabía que estaba asistiendo a un parto de la historia porque estaba naciendo el rock nacional.

Flaco, flaquito, muchacho ojos de papel, quédate hasta el alba. Me aprendí de memoria aquellas canciones. Me hicieron más culto, más feliz, me dieron mejores herramientas para levantar minas y barricadas en la universidad de los 70. Me lucía recitando a Neruda o a Tejada pero también citando el teatro de la crueldad de Antonin Artaud o el simbolismo de Rimbaud. Jugaba al seductor cantando pícaro y pornográfico, susurrando al oído a las muchachas que me gusta ese tajo y realmente me gustaba. Descubrimos un mundo de belleza, un yacimiento de estética y de ética.
 
Porque seguramente ese es tu legado: se puede ser Gardel sin participar del show frívolo de la figuración y el caretaje. A lo mejor un poco menos notorio pero mucho mas notable. Creciste con nosotros pero nunca quisiste sentar cabeza. Ni transar. Obsesivo hasta el martirio, mortificado por todos los dolores. Siempre el perfil bajo, siempre lejos de las luces de la de la falsedad. Por eso un día le dije a Román que vos y Bielsa son iguales. Cortados por la misma tijera: ética y estética, lo repito.

Flaco, flaquito, te vamos a extrañar. Odio ese cigarrillo que te asesinó. Ese océano de tabaco en donde te ahogaste igual que Sandro. Yo se que a esta hora Ana no duerme preocupada por Fermín. Que Foucault no tiene quien le escriba. Confieso que en Pescado Rabioso te me fuiste haciendo Invisible. Empecé a perderte por culpa de mis dogmas blindados. Pero te recuperé cuando Charly rezó por vos. Siempre jugando el Superclásico de las antinomias argentinas. ¿Charly o Spinetta? Los dos, carajo. Tuviste la osadía de tararear “La, la, la” con Fito Páez y yo volví a las fuentes. Creo que hubo una despedida en un estadio y no nos dimos cuenta. En la cancha de Velez tocaste hasta que te sangraban los dedos. Ese recital interminable hasta el amanecer en comunidad. Estabas alegre, incansable, rodeado de la multitud y de tus amigos. No se terminaba nunca. No te mueras nunca, te gritaban los muchachos.

Flaco, flaquito, te vamos a extrañar. Fuiste la conciencia crítica del rock. Una suerte de guía espiritual por los caminos de la honradez. La última vez te vi poniendo el cuerpo solidario como siempre. Con los padres y las madres y los hermanos de los que murieron en la tragedia del colegio Ecos. Empujando siempre. Poniendo tu nombre para convocar mas y mejor.

Usando tu chapa para los demás. Para calmar en algo si es posible a los padres del desgarro. Hasta en el comunicado donde confirmaste que el cáncer te estaba acorralando aprovechaste para decir que pertenecías a la agrupación “Conduciendo a conciencia” y rogaste que en las fiestas no chupara el que tenía que manejar.

Se quedan con nosotros para consolarnos Litto Nebbia y Moris y te esperan para una gran zapada Pappo y Tanguito. Nosotros no tenemos consuelo, Flaco, flaquito. No nos queda otra que cantar en voz baja, que despedirte con una plegaria, como si fueras un niño dormido que quizás tenga flores en su ombligo.

Flaco flaquito, quizás te sientas gorrión esta vez, o tus dedos se vuelvan pan, barcos de papel sin altamar. Flaco flaquito, que nadie te despierte, que te dejen seguir soñando en libertad. Amen.