Devi Sridhar, directora de sanidad pública global en la Universidad de Edimburgo, no anda con rodeos: “El mundo ha cambiado radicalmente en los últimos nueve meses. Desde los primeros informes de un pequeño brote de neumonía en la ciudad china de Wuhan, la versión normal de la realidad ya no existe en ningún lugar, por mucho que políticos y pseudocientíficos estafadores traten de convencerles de lo contrario. Si están preguntándose cómo lidiar con esto, sepan que la única certeza para el próximo año es que vienen tiempos de incertidumbre”. Tanta incertidumbre como la provocada por una lotería recurrente. La de la nueva normalidad.

¿Qué es la nueva normalidad? Un analgésico contra la imposibilidad de prever el futuro mientras transitamos un presente aleatorio. La mayoría de los gobiernos procura controlar la pandemia con el menor daño social y económico posible. Sin más resultados que brotes y rebrotes, incluso en países que parecían haberla superado. La solución no depende del Estado, sino de la responsabilidad individual y colectiva de los ciudadanos, dejó dicho el presidente de Uruguay, Luis Lacalle Pou, durante un foro del diario ABC, de Madrid, conducido por la columnista Carmen De Carlos, corresponsal en América latina y directora del portal SudAméricaHoy.

De ese foro, del cual participaron el expresidente del gobierno español Felipe González; el director del diario, Julián Quirós, y el empresario Alfonso Budiño, una definición de Lacalle Pou marcó la diferencia con sus vecinos del Cono Sur: “Vivimos un momento en el mundo en el que muchos líderes actúan en respuesta a su electorado interno, no teniendo en cuenta el entorno internacional, y ello atenta contra la unidad del resto de los países”. En Uruguay, por iniciativa suya, el Congreso aprobó una rebaja de los salarios de los funcionarios y de los empleados públicos del orden del 20 por ciento para aquellos que ganaran 1.900 dólares. Se trata de “predicar con el ejemplo”.

En la otra orilla del Atlántico, el gobierno británico creó la figura de guardias del COVID-19 para perseguir a aquellos que mantengan reuniones sociales de más de seis personas. La llamada regla seis, anunciada por el primer ministro Boris Johnson, impone multas y arrestos. "No es un nuevo confinamiento", se atajó Johnson como la mayoría de los gobernantes frente al temor de ser acusado de vulnerar las libertades. En Hands, face, space (manos, cara, espacio) se centra su mensaje para alentar el lavado de manos, el uso de mascarillas y el respeto de la distancia social. Lo básico y elemental en un escenario cambiante.

Dato número uno: el 97 por ciento de los contagios, según la doctora Sridhar, se produce en espacios cerrados. Número dos: no hay que saludar ni con el codo, como aconseja ahora la Organización Mundial de la Salud (OMS). Tres: tampoco son seguros los guantes. Cuatro: no hay que quitarse la mascarilla en el ascensor, aunque uno vaya solo. Cinco: que la mascarilla, parte de nuestra anatomía, no tenga válvula. Seis: mantener la boca cerrada, de modo de no hablar ni cantar ni reír ni toser o estornudar frente a otra persona a cara descubierta. Siete: evitar los secadores de aire en los baños. Ocho: dejar los zapatos en la puerta de casa. Nueve, diez…

Once: “Mi primer consejo para disfrutar la vida en forma responsable y recuperar toda la normalidad que se pueda es hacer que los encuentros con otras personas transcurran al aire libre siempre que sea posible”, resume la doctora Sridhar. Todo depende de uno y de los demás, como dice Lacalle Pou, no del Gran Hermano creado por George Orwell. Cuando los médicos de China analizaron los datos de los primeros pacientes notaron una tendencia extraña: muy pocos usaban gafas. ¿Son una protección adicional? Las personas que las usan, parece, son menos propensas a frotarse los ojos con las manos contaminadas. Lejos de estar cerca, otro dato. El número doce.

Jorge Elías

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