Las explosiones en el puerto de Beirut desnudaron las otras tragedias del Líbano. Las vinculadas con la crisis socioeconómica, la corrupción y la pandemia. Un cóctel catastrófico que, con el tendal de muertos, heridos, desaparecidos y desamparados por la detonación de nitrato de amonio, fermentó aún más el cabreo popular, iniciado en octubre, y apuró la renuncia del primer ministro, Hassan Diab, y de los suyos. Otro síntoma del mismo mal. Los libaneses llevan mucho tiempo sin sintonizar con la clase política. En un arrebato de impotencia, le suplicaron al primero en visitar las ruinas, Emmanuel Macron, que vuelva a implantarse el protectorado de Francia.