Nunca le molestó ese título monárquico. La primera biografía autorizada que se escribió sobre la vida de la presidenta se llamó así: Reina Cristina. Es que a pesar del origen humilde de Cristina Fernández, hija de padre colectivero y madre empleada pública, siempre se destacó por su voz de mando. Ocupó plenamente todos los tronos que le tocó ocupar. Hizo valer su belleza, su inteligencia y su estado civil. Fue la esposa que compartió el poder y las decisiones con quien muchas veces fue acusado de comportarse como un señor feudal en Santa Cruz.

La mezcla de caudillo provincial con la impronta que el peronismo tiene como partido de poder mas las características personales intransigentes del matrimonio convirtieron a Néstor y Cristina en conductores implacables. Cristina nunca necesitó lucir una corona en la cabeza para que toda la Patagonia supiera que era la reina madre de todas las decisiones importantes. Esa capacidad de mando, esa autoridad que siempre tuvo, a esta altura se ha convertido en una postura autoritaria.

Resuelve todo por si misma, sin consultar a nadie y no le importa cuantos sean los heridos que deje en el camino. Ese personalismo que llevó a Cristina Fernández a bendecir o a maldecir nombres en las listas de candidatos casi para todos los lugares le dio un lugar de poder absoluto. El miedo que despierta le permite conducir a una fuerza multitudinaria, arisca y conspirativa como es, fue y seguirá siendo el peronismo. Ella siente que es la dueña de los votos que le pueden garantizar la victoria electoral el 23 de octubre y que maneja todas las cajas de dinero que sirven para disciplinar a los más rebeldes. Cristina sabe que es ahora o nunca. Este es el momento justo para llenar las listas de senadores, diputados y concejales con gente de su absoluta confianza, de una lealtad a prueba de todo, casi rayana con el verticalismo y la obediencia debida. Fue tan fuerte el operativo de sometimiento a los dirigentes del justicialismo, a Daniel Scioli y a Hugo Moyano, entre otros, que el campo del justicialismo quedó sembrado de gente con bronca y con ganas de tomarse la revancha lo antes posible.

Fue tan a fondo Cristina que maltrató incluso a la propia tropa que había tenido iniciativa política y que había demostrado lealtad con su proyecto. Quedaron colgados del pincel moyanistas representativos y honrados como Juan Carlos Schmid, peronistas dóciles y funcionales como José Pampuro, fanáticos que ahora tal vez estén arrepentidos de aplaudirla tanto como Julio Piumatto, legisladores inteligente que impulsaron leyes trascendentes como Vilma Ibarra y el matrimonio igualitario y una cantidad impresionante de dirigentes que no tuvieron ni la chance de conversar sobre sus candidaturas. Cristina no permitió el diálogo sobre las candidaturas. Ella utilizó su gigantesco dedo y dejó pagando a legisladores que le fueron muy útiles como Alejandro Rossi, el hermano de Agustín, Patricia Fadel y Guillermo Vargas Aignasse, entre otros.

La soberbia de creer que la única verdad es su realidad le hizo cometer muchos errores que ya no tienen solución como colocar a María Rachid en la lista de legisladores por la ciudad. La ex vicepresidente del INADI le complicó la vida a Filmus denunciando corrupción en un organismo y de un militante como Claudio Morgado que trabaja en el kirchnerismo porteño. Cuando todo lo decide una persona, eso demuestra que está concentrando como nunca el poder. Pero también es más fácil equivocarse. El que no consulta y se encierra para adentro queda preso de sus propios prejuicios y se aisla. Cristina ejerció plenamente su reinado y demostró que maneja con firmeza y sin compartir el timón de su gobierno.

Pero simultáneamente sembró odios y deseos de venganza en el corazón profundo del peronismo. Esa gente la va a acompañar el 23 de octubre porque la conveniencia es mutua. Pero si Cristina no gana en la primera vuelta, no va a poder contar con ellos en el balotaje. Todos están esperando para devolverle gesto. Los que recibieron cachetazos en estos días, no están dispuestos a poner la otra mejilla. Esperan con paciencia que les llegue su momento para pasar todas las facturas. Y ponerle algún límite a la reina.