Contra la democracia no sólo atenta un terrorista que ejecuta una masacre por cuenta propia o en nombre de una organización sombría. También atenta contra la democracia aquel que, desde una posición de poder, confunde adrede el patriotismo con el nacionalismo y promueve el desprecio a las instituciones internacionales o aquel que aprieta aún más el tornillo autoritario después de un fallido golpe militar o aquel que levanta un paredón con ladrillos horneados en el miedo frente a una legión de desamparados que, como cualquier ser humano, pretende huir de la guerra o de la miseria, dejando detrás afectos y bienes, y vivir en paz.