El inventor de los silencios se murió en silencio. Los restos del Negro Hugo Guerrero Marthineitz fueron convertidos en cenizas que tal vez, a través del eter queden para siempre suspendidas en el aire. Así el Negro que hizo de la radio un arte seguirá siempre en el aire. Digamos que mandó una tanda mas larga que las otras. Que está agazapado detrás de las noticias y los avisos. Que se está riendo burlonamente de nosotros con esa respiración cavernosa.

Era culto hasta las profundidades y ejercía un dominio demoledor del lenguaje. Las palabras en su voz eran literatura. Una vez me dijo que la radio era el teatro de la mente. Y yo lo imaginé como el mejor de los dramaturgos. Era un diccionario parlante, un provocador intelectual que revolucionó todo. Se animó a leer largos cuentos de Ray Bradbury, por ejemplo, cuando eso era considerado una herejía en los tiempos urgentes de la radio. Fue intenso para romper los límites y patear todos los tableros en la radio, en la tele y en la vida. No sabía especular. Esa palabra era una indignidad para él. Tal vez por eso murió sin un peso en el bolsillo alguien que estará siempre en el olimpo de los mejores comunicadores de todos los tiempos.

Nunca antes habían sacado oyentes al aire. Eso también fue un gesto vanguardista de los muchos que tuvo. Y fue llevado a la justicia por eso aunque usted no lo crea. Su abogado fue Rodolfo Terragno y el eje de su defensa fue la libertad de expresión que cada vez debía tener y debe tener menos fronteras. Nadie debe salir del ISER o de la carrera de periodismo sin haber escuchado “El show del minuto” o sin haber visto “A Solas”. Es sabiduría en estado puro. Tormentosos momentos y largos descansos de paz y regocijo. Pocas veces sentí tanta adrenalina en la televisión como cuando el Negro se ponía insolente y molesto con alguien. Eran estiletazos que disparaba. Relámpagos de ironía. Carcajas torrentosas. Jamás se calló nada. Y padeció la censura, la pacatería, el conservadurismo y la mediocridad de sus enemigos. Fue un francotirador de la cultura al que jamás pudieron encarcelar en un rótulo. Lo acusaron de todo, desde comunista hasta agente de la CIA.

Hizo radio por amor y no por dinero. Ganó fortunas y las quemó rápidamente. Tal vez como dijo Cacho Fontana, ahora el Negro tiene la paz que tanto necesitaba. La magia y la fantasía de la radio han perdido a su líder, como dijo Fernando Bravo. Al mariscal de los climas, al que hacía maravillas apenas con su decir y su callar. Yo le debo mucho al Negro. Diría sin exagerar que gracias a él estoy acá. Me entrevistó tres programas enteros después que presentamos el primer libro que escribimos con José Antonio Díaz. Tres horas de charla sin cortes en televisión.

Al final, le dije la verdad: “Negro no tengo ninguna idea mas. Ya dije todo lo que pienso de la vida. No me invites mas que no se que decir”. Se rió, miró a cámara y pidió que algún empresario me contratara. Fue el que mas hizo para que yo dejara el periodismo gráfico que en ese momento era el único para mí. “Vos hablas con título y copete”, fue su mayor elogio. Me insistió hasta el cansancio para que me metiera en el mundo de la radio. Y a partir de ese momento empezó mi camino por el periodismo audiovisual. Le debo muchísimo. Muchas cenas hasta altas horas de la madrugada en las que yo trataba de impregnarme de tanto talento y tantas experiencias. Un día engañó a mi esposa y la hizo salir al aire para contar su embarazo sin que ella supiera. Eran travesuras que hacían más sinceras y menos mentirosas a las palabras. Castigaba la falsedad hasta límites agresivos. Se bancaba cualquier cosa mientras fuera auténtica. Lo voy a extrañar. Asi fue, asi lo quise, asi lo voy a recordar mientras la radio exista. Porque el negro vivirá eterno en el corazón de los oyentes.