La calidad de la democracia, en duda antes de la pandemia, estaba dividida entre quienes perciben que no resuelve por sí misma sus problemas cotidianos y quienes piensan que amplía la brecha entre representantes y representados. El uso del barbijo, considerado compulsivo, fija un nuevo paradigma: ¿están en juego la democracia y, por extensión, las libertades? La ineficacia de los gobiernos en paliar la crisis sanitaria global, hija dilecta de la impotencia, lleva muchos a lanzarse a las calles sin precaución alguna para ellos ni para los demás en plan de protesta política. En algunos casos, con el guiño de líderes aparentemente inmunes y, también, impunes.

El coronavirus sacó lo mejor y lo peor de la humanidad. Lo mejor: la solidaridad. Lo peor: la mezquindad. Ese rasgo, fruto de la inconciencia frente a la posibilidad de enfermarnos y, sin querer o sin saber, contagiar a otros hizo detonar las críticas contra el uso del barbijo como si se tratara de la vulneración de la libertad individual en lugar del método más barato y eficaz para evitar la propagación de la peste. Sin vacuna ni tratamiento a la vista, el barbijo parece ser la única kryptonita disponible.

En Buenos Aires, un centenar de personas hizo una fogata con sus barbijos frente al Obelisco, algo que había ocurrido en otras latitudes. Un colectivo francés de víctimas del COVID-19 presentó recursos contra el uso de barbijos en las principales ciudades y, paradójicamente, está ganando la batalla. Les dan la razón los tribunales porque se trata, aducen, de "un atentado contra la libertad personal de ir y venir de las personas que necesitan desplazarse". ¿Qué tendrán que ver los pies con la cara? Las más dañadas resultan ser las del personal sanitario que no tiene otra alternativa que usar el barbijo de la mañana a la noche. O viceversa.

“Una sociedad que puede politizar algo tan sencillo como un barbijo durante una pandemia puede hacer de cualquier cosa un asunto contencioso: la física, la gravedad, la lluvia, lo que sea”, observa el periodista norteamericano Thomas Friedman. La crítica contra el negacionismo de Donald Trump, codo a codo con Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador, entre otros, no supone sólo un capricho personal, sino, también, un riesgo colectivo. Las movilizaciones contra el uso del barbijo en Estados Unidos inspiraron otras, atesoradas por grupos de ultraderecha en Francia, Alemania, Reino Unido, España...

La resistencia de algunos líderes a mostrarse en público con el barbijo o guardar la distancia social pasó a ser un modelo primitivo que imitó una caterva de presuntos libertarios en el afán de exaltar sus derechos y vulnerar los ajenos. Invocan en Estados Unidos la Primera Enmienda de la Constitución, que protege la libertad de expresión. “Todos los derechos constitucionales están sujetos a la autoridad del gobierno para proteger la salud, la seguridad y el bienestar de la comunidad”, repone John Finn, profesor emérito de gobierno de la Universidad Wesleyan, de Middletown, Connecticut. Esa autoridad, agrega, “se llama poder policial”.

Si antes del caos los gobiernos democráticos eran ineptos para restaurar la confianza social, achicar la desigualdad, promover el crecimiento económico, quebrar la polarización y brindar seguridad sin excesos policiales, la nueva normalidad lejos está de aceitar esas metas. La peste pudo ser vista en un comienzo como una suerte de conspiración china para controlar a la humanidad en un estado de emergencia, de excepción, de alarma, de calamidad o de catástrofe permanente en tanto no cediera. El tiempo, las estadísticas y los quebrantos, así como los brotes y los rebrotes, mostraron el revés de la trama.

Las sociedades polarizadas se fisuraron aún más, los presidentes autócratas blindaron su poder y, en algunos  países, los reclamos quedaron en suspenso. El uso del barbijo, según Nate Ashworth, editor del portal Election Central, “parece dividir más que el aborto o el control de armas”. Están aquellos que adhieren a la recomendación sin chistar y aquellos que insisten en tildarla de excesiva, contradictoria o simplemente molesta. El colectivismo contra el individualismo. Un sacrificio de la libertad. A nadie le gusta ir con medio rostro cubierto, cual sospechoso de un crimen. Eso era antes. El sospechoso, ahora, va a cara descubierta.

Jorge Elías

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