Si yo pregunto: ¿qué tal oreja eres?, ¿qué tal de oreja sos?, ¿entenderías que quiero decir? La gente que dice “yo tengo una buena oreja”, es decir, que ejerce la práctica de la escucha, tiene una atribución espiritual a la que yo añadiría como matiz complementario el de “la escucha compasiva”. Esta es una de las claves para evolucionar humanamente, interiormente, solidariamente.

La escucha es un arte que debemos cultivar; pero antes de poder escuchar a los demás tenemos que escucharnos a nosotros mismos. Y no debemos para ello escapar, sino ser por el contrario, muy clementes con nosotros. La práctica de la atención plena genera la compunción necesaria para abrazar nuestro dolor y nuestro sufrimiento, y solo cuando empiezas a comprenderte y a amarte estarás preparado, capacitado, dispuesto a comprender y a amar al prójimo.

Si hay dolor y sufrimiento en los demás, ellos deben tener la oportunidad de expresarse. Y para escuchar al que se te acerca, al que te rodea, a tu compañero, a tu compañera, a tu hijo, para escucharles, es importante transformarte en un bodisar. Saber escuchar requiere de paciencia y de caridad, y se aprende.

La práctica necesita de la escucha profunda; consiste en mantener viva (todo el tiempo en que estés escuchando) la condolencia. No escuchar a esa persona juzgando, criticando, valorando; sólo escuchar para ofrecer a la otra persona o a ti mismo la oportunidad de expresarse. Quizás esa persona diga cosas que te molesten; quizás te desapruebe, te culpabilice, o diga cosas falsas sobre ti. Tú debes estar dispuesto a escuchar todo, y en tal caso debes decirte a ti mismo “no estoy escuchando a esta persona para criticarla ni para juzgarla, sólo la escucho para proporcionarle la oportunidad de que se exprese, para proporcionarle cierto alivio, eso es todo”.

Esto es lo que llamamos escucha compasiva. Mientras mantengas viva en tu corazón la intención de escuchar activamente pero sin juzgar, e incluso mientras puedas realizar esta escucha con atención pero sin juicio; mientras puedas decirte escucho para que esta persona sufra menos, de esa manera tu corazón también sufrirá menos y podrás ayudarla.

Este es el mal de la sociedad: nos escuchamos muy poco y menos a nosotros mismos. La escucha humanitaria, ese es el ejercicio que te proponemos. Poco importa que la persona en cuestión diga cosas falsas; poco importa que se muestre irónica, con intención de dañarte, de subrayar tus defectos, porque mientras la compasión esté viva en ti, estarás inmunizado contra el sufrimiento; y eso es valiosísimo.