Usted me dirá que estoy loco y puede ser. Loco por Palermo. Conmovido por esa relación inexplicable entre un hombre y la multitud. Quebrado por esa despedida que hizo temblar y latir a la querida Bombonera. Hasta me pareció ver que ese gigante de cemento derramó una lágrima. Como todos los que participamos de ese rito del adiós. Cuando Martín se fue por el túnel por última vez en la vida se le hizo un nudo en la garganta a toda la Boca. Ya nada será igual. Ya se lo dije muchas veces. Y no tengo más remedio que repetirlo. Es casi imposible definir con palabras el milagro de Martin Palermo.

Hay que verlo. Hay que permitir que la emoción te salga a borbotones. Ese sentimiento religioso que es Boca lo tiene a Palermo en el altar mayor. Lo lleva en el corazón como si fuera una estampita de San Martín de la Tenacidad. Uno siente que el gran capitán es capaz de cruzar los Andes si se le ponen adelante. Y tal ese sea su secreto. Su tenacidad. Esa capacidad de sobreponerse a todos los problemas. Tal vez ese sea su mejor ejemplo para los chicos.

Esa actitud guerrera y quijotesca de desafiar todas las adversidades. El valor de un hombre no está en no caerse nunca. Está en caerse y volver a levantarse. Una y mil veces. Y seguir luchando. Y apretar los dientes. Y meterle para adelante sin bajar los brazos y sin perder la ternura jamás. Sin darse por vencido ni aun vencido. Tal vez esa sea la luz que dispara Palermo con sus goles. Porque le pasó de todo. Y todo lo superó. El gol numero 100 que metió a pesar de tener rotos los ligamentos cruzados de la rodilla que es una de las lesiones mas dramáticas. O su vuelta - casi sin practicar- contra River y aquel golazo con esa media vuelta que duro una eternidad. Y la fractura de tobillo con esa maldita pared que se le cayó en España mientras se abrazaba con los hinchas. Y los tres penales errados en la selección. Muchos no vuelven más de semejante fracaso. Y Palermo volvió. Siempre vuelve. Todos creen que ya esta. Que no va más. Y Palermo les tapa la Boca con goles y hazañas.

El dolor en el alma que sentimos anoche es porque sabemos que esta vez si es verdad: no va más. Pero el siempre gambeteó todas las piedras de su camino. Los problemas con sus parejas. Y la muerte de Stéfano, ese hijito cuyo nombre tiene tatuado en su brazo y que besa después de cada alarido. La vida le fue poniendo miles de barricadas. Le hizo miles de zancadillas y el las fue derrotando a todas. Una por una. Por eso nos deja sin palabras. Ya no alcanza decirle San Martin de la Tenacidad. O Martin Fierro. O Alto Palermo. O el Titán o el Loco. Encima es un tipo noble. Un grandote buenazo que tiene problemas para manejar su torpeza. Por eso sus rivales le dicen burro. Porque no tiene la sutileza de Román o la magia de Maradona. Pero es el máximo goleador de la historia bostera. Y mantiene intacta la locura y la inocencia de los chicos. Solo un loco o un genio es capaz de picarla frente al arquero como hizo tantas veces. O de caminar por el alambre del aire con esas cabriolas increíbles.

Los goles de chilena, los de media cancha con el pie y la cabeza y los estallidos de los estadios frente al mejor cabeceador de todos los tiempos. Martín siempre va al frente. Es un canto al coraje. Gracias por todo Martin. Te llevás de regalo el arco de triunfo porque fuiste el que mas veces lo perforó. Gracias por dejar hasta la última gota de energía en esa camiseta que usa el pueblo de carnaval. Te debo montañas de abrazos fuertes con mi hijo en las tribunas. Todos los días cuando voy a despertar a mi hijo te veo gigante en la foto de la pared abrazado con él. Y te saludo agradecido.
 
Porque eso no tiene precio. ¿Sabes que a mi hijo le puse Diego por razones obvias? Anoche, en la tribuna pensé que algún día, tal vez él me de un nieto que se llame Martín. Te agradezco Palermo por la alegría y la tenacidad. Cantamos el himno nacional en tu homenaje con Ciro en la armónica. Porque sos San Martín, santo de las goleadas. Prócer de la Boca. Chau Martín, yo se que volverás y serás millones de gritos. Con tu nombre flotando en el adiós.