Seis de cada diez italianos apoyaron en las elecciones del domingo 4 a expresiones excluyentes o antisistema. Pudo ser un síntoma del malestar con la Unión Europea, más allá de que no haya sido el eje de la campaña. O pudo ser un síntoma de algo más preocupante y reiterado allende sus fronteras: el malestar con la inmigración y, por esa razón, la resurrección del nacionalismo. El mensaje, como en otros países, se resume en una sola palabra: frustración. En esa deriva cayeron Hungría, Polonia, República Checa, Grecia y Austria, ignorando, tal vez, que es más sensato encender una luz que maldecir las tinieblas.