Si la vida de Cristina Fernández fuera una creación de Juan José Campanella podría titularse: “El hombre de tu vida”. Porque ella lo dice y lo repite a cada rato. Lo llama “El” y lo transforma en un mito religioso. Lo singulariza por encima de todo. En su discurso del domingo dijo que el había sido el fundador de todo. Que nada hubiera sido posible sin El. Que fue su compañero de toda la vida. Que fue su jefe político y el padre de sus hijos.

Lo admira, lo idolatra, se diría que lo extraña profundamente a un año de su muerte. Lo primero que Ella dijo después de haber sido la primera mujer reelecta presidenta de la historia fue que el se jugó en el 2009 y se puso al frente de las listas y eso posibilitó la resurrección posterior, la recuperación electoral. Sin su candidatura la derrota hubiese sido tan grande que hubiera sido imposible recuperarnos. Eso dijo la presidenta más poderosa de la historia y, a esta altura, la principal figura política bendecida por el voto popular. Hay abrazos profundos que la propaganda política convirtió en afiches.

Hay un culto a la personalidad inédito en la Argentina desde Perón y Evita. Porque casi no hay lugares que no se llamen como El. Torneos de fútbol para todos, hospitales, calles, plazas, autopistas, barrios, casi todo se bautizó con su nombre y eso que recién ayer se cumplió un año de su muerte. El mausoleo inmenso, sin antecedentes, que impacta por lo faraónico allá en su tierra. Un monumento aquí en el Congreso que viaja a Río Turbio. Otra estatua que tiene destino en el centro de Río Gallegos. Otra estatua más en Formosa. Un proceso de beatificación política que Cristina alimenta todo el tiempo con el luto de su desgarro. Tuve y tengo muchas críticas para hacerle. Con el debido respeto por alguien que levantó una ola de dolor con su muerte y que fue presidente de los argentinos y que sus seguidores quieren convertir en leyenda.
 
Fue un animal político con visión estratégica y alguien que vivió y murió por el poder. Dio su vida y su muerte por un proyecto político que lo llevó a utilizar todos los instrumentos que tuvo a su alcance. Algunos de esos instrumentos están reñidos con la ética y la transparencia como el manejo de fondos públicos que debe tener un funcionario y de los fondos personales y un patrimonio que tiene graves agujeros negros. Recuperó la autoridad presidencial pero fue implacable y feroz con los que no opinaban como él. Era obsesivo, minucioso y sumamente desconfiado.

Tenía la política entre ceja y ceja y un gran amor por su familia. Pero casi no tuvo amigos. No tuvo tiempo para otra cosa que el armado, la rosca, la campaña, los punteros, la militancia. Su muerte conmovió al país y todavía lo sigue conmoviendo. Fue el eje alrededor del cual se articuló la política de los últimos ocho años. A favor y en contra, muchas cosas ya no volverán a ser como antes. Fue el actor principal de este tiempo. Y Cristina la actriz principal. La dos referencias más fuertes surgidas después del 2001. Y por eso hay un movimiento nacional nuevo, o una resignificación del viejo peronismo llamado kirchnerismo o cristinismo. Tienen la marca grabada a fuego.

El matrimonio transformó su apellido y su nombre en un espacio ideológico.

No voy a cometer la hipocresía de decir que fui un defensor de sus acciones políticas. Esta claro que, sobre todo en los últimos años, tuve una mirada distinta y juzgué con severidad muchas de sus decisiones. Pero siempre mantuve el respeto como lo tengo por todo ser humano y mucho mas por quienes han logrado la bendición de haber sido elegidos por el pueblo para conducir los destinos de la Nación.

Todo argentino bien nacido debe combatir como si fuera un incendio ese rencor en llamas que asoma en las dos veredas en que se dividió la Argentina. Que nada ni nadie potencie la fractura social. Solo hay que odiar a la muerte. Y a los que matan. Y desear con sinceridad que Néstor Kirchner pueda descansar en paz.