El presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte, iba a reunirse el 5 de septiembre en Laos con su par de los Estados Unidos, Barack Obama. Un rato antes, lo tildó de “hijo de puta” por criticar su plan de lucha contra la droga. Obama canceló la cita. Idéntico piropo le había prodigado al papa Francisco por provocar atascos en la capital, Manila, en enero de 2015, después del peor tifón de la historia. Ocho de cada diez filipinos son católicos. Seis millones de fieles concurrieron a la misa. Fue un récord. No le importó. “Quería llamarle y decirle: Papa, tú, hijo de puta, vete a casa y no vuelvas nunca más”, exclamó Duterte. Era alcalde de Davao, en la isla de Mindanao.