Detrás de cada masacre que se atribuye el Daesh, Estado Islámico o ISIS, sea de su autoría o no, prima un fin letal para los Estados: humillar a los gobiernos por su incapacidad para defender a los ciudadanos a pesar de las fortunas que invierten en medidas de seguridad y, de ese modo, minar sus recursos económicos, provocando abruptas caídas en el turismo y sectores afines. Se trata de una estrategia empresarial, más allá de que el terrorismo sea la mercancía. Los atentados contra clubes nocturnos, restaurantes y discotecas de París, Bruselas, Niza, Berlín y Estambul demuestran que un califato de siglos pretéritos ha elegido como blanco las ciudades del siglo XXI.