La carta temblaba en las manos de María (1). Eran retazos manuscritos de su padre, Julián. Estaban despojados de contenido y de emociones, pegados, cual collage, sobre un papel que, a trasluz, frente y dorso, no aportaba más datos que la marca de agua. “Me están dando comida y…”. Y nada más. Nada había en esa primera señal de vida después de dos semanas de absurda incógnita que diera una sola pista sobre la suerte de ese colombiano de 63 años de edad que había sido secuestrado el 19 de septiembre de 1997, a la 1.30 de la tarde, poco antes de arribar a su finca, en el municipio de Hualvas, a dos horas en coche desde Bogotá. Lo tenían las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).