La traza de la autopista al infierno tendida por el Brexit tiene dos vías para el nuevo primer ministro británico, Boris Johnson, primo lejano de la reina Isabel II: una de ida, bajando impuestos, y la otra de vuelta, captando inversiones. Si fuera tan fácil recorrerla, el mentor del referéndum sobre la salida del Reino Unido de la Unión Europea, David Cameron, no hubiera renunciado un día después de la ajustada victoria del sí en 2016 ni su sucesora, Theresa May, hubiera invertido 1.044 días en Downing Street. La gestión más breve desde la Segunda Guerra Mundial. La más desgastante, también.