Lo políticamente incorrecto dejó de serlo. La fórmula del centro, habitualmente conciliadora, no sirve más, parece. El rechazo a la corrupción, así como el hartazgo de la violencia y de la caída de la economía, fraguaron la candidatura de un nostálgico de la dictadura militar, Jair Messias Bolsonaro, frente a la vanidad del antes favorito para las presidenciales de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, pendiente hasta último momento de ser habilitado para competir a pesar de su condena de prisión por corrupción pasiva y lavado de dinero. Su delfín, Fernando Haddad, no es el expresidente, como quiso transmitirlo durante la atolondrada campaña del PT. Un partido deshilachado por su impericia.