Nadie, o casi nadie, se salva. Todos, o casi todos los políticos han violados las reglas y las normas que rigen institucionalmente la vida partidaria en la Argentina. Hay muy pocos que están en condiciones de arrojar la primera piedra.

Ahora Mauricio Macri en la cumbre del desprecio por las instituciones y en la militancia del engañapichanga deja trascender que está dispuesto, o por lo menos no descarta de plano, potenciar un show comicial que está lejos de respetar las reglas del juego a rajatabla, como debe ser.

En marzo, Macri se podría presentar a la reelección en la ciudad de Buenos Aires acompañado de Horacio Rodríguez Larreta y si gana, renunciaría, potenciado y relegitimado por los votos para presentarse como candidato a presidente en octubre. ¿Cómo se llama eso? Candidatura testimonial.

¿Quién fue el rey de las candidaturas testimoniales? Primero Kirchner y después Scioli. Y después, insisto, la casi totalidad de los dirigentes de todos los partidos que le dio la espaldas a muchas reglamentaciones que parecen formales pero que hacen al respeto por la ley. No son delitos ni graves violaciones pero demuestran que la letra escrita es demasiado flexible para el que tiene poder.
Después se hace muy difícil pedirles a los ciudadanos comunes que cumplan con lo que tienen que cumplir. Que saquen la basura a hora. Que no violen la luz roja. Que paguen sus impuestos. Y así, podríamos seguir.

La mejor forma de liderazgo que tienen las sociedades modernas es la ejemplaridad. Un diputado, un ministro, un jefe de gobierno o un presidente deben mostrar las manos limpias, absoluta ética y moral para ejercer el cargo pero también rigurosidad para cumplir las normas. Y sin embargo, desde hace mucho tiempo, son cientos los que se cambian de distrito como de camiseta, los que son elegidos para un cargo y a la media hora renuncian y se van a otro, los que prometen algo en su campaña y luego hacen todo lo contrario.

Hay una malversación del contrato electoral que nos hace mucho daño a todos. Hay una devaluación de la palabra empeñada que hace trucho todo lo que toca. Hay un cansancio y una desesperanza que solo se combate con la ética de la responsabilidad.

Dar el ejemplo desde arriba es el único camino para transformar social y culturalmente esta sociedad atravesada por la picardía criolla o la trampita que finalmente con poder termina en grandes casos de corrupción. El que justifica lo menos justifica lo más y después no puede levantar el dedito o criticar a los que no cumplen. Pierde autoridad si todo se maneja a dedo, a piacere, o según el humor con que se levanta o con lo que le dice la última encuesta.

Solo el funcionamiento de la ley y de todos los reglamentos nos hace iguales y combate a los pescadores de ríos revueltos. Solo los partidos políticos evitan el amiguismo, el dedazo arbitrario o el atropello liso y llano. Para eso están los partidos, las instituciones, las reglas del juego. Están para respetarlas y para respetarnos. Si las leyes no nos gustan o son obsoletas, hay que cambiarlas. Pero mientras estén en vigencia hay que respetarlas. Hay que fortalecer el cumplimiento de la ley para que sea lo único que esté por encima de todos. Es lo que nos iguala. Por eso, a veces, medio confundido, me pregunto ¿Dónde está la nueva política? ¿Dónde están las instituciones? ¿Y los partidos? ¿Y Candela?
Macri, Kirchner, Larreta