El 21 de enero de 2017 pude asistir a la histórica Marcha de las Mujeres en Nueva York. El día anterior había llegado al poder Donald Trump y miles de mujeres marcharon en todo el país en defensa de sus derechos. La movilización principal fue en Washington, donde medio millón de personas marcharon con gorros de lana rosados, los pussyhats, tejidos por ellas mismas en acciones comunitarias como marca de presencia, identidad y lucha.

La marcha se caracterizó por la diversidad: asistieron personas sin distinción de edades, sexo, etnias, religiones y orientaciones sexuales. Las consignas eran igualmente amplias: derechos de las mujeres, de personas con discapacidad, inmigrantes, minorías sexuales, trabajadores y la protección del ambiente.  Cada cartel era una declaración de principios: “My body, my choice” (Mi cuerpo, mi decisión), decían varios de ellos.

Las manifestantes sabían que la llegada de Trump al poder pondría en jaque las acciones contra el cambio climático, los derechos de la diversidad sexual, de los migrantes y de las mujeres. El tiempo les dió la razón: la Corte Suprema de Estados Unidos, con la mayoría conservadora que se logró con los jueces nombrados por Trump, acaba de anular el histórico fallo Roe vs. Wade que había consagrado el derecho al aborto en 1973.

 La resolución de la Corte no hace que el aborto sea ilegal, pero dado que el acceso a la interrupción del embarazo ya no se considera un derecho constitucional y federal, los estados pueden prohibirlo y alrededor de la mitad de ellos (26 hasta ahora) han indicado su voluntad de hacerlo. En otras palabras, el acceso a la salud reproductiva dependerá de lo que disponga la ley del estado donde se habite.

Un fallo anunciado y un duro golpe contra los derechos de las mujeres

Roe vs Wade obligaba a todos los estados del país porque se consideraba que la limitación del derecho al aborto afectaba el derecho a la privacidad de las mujeres consagrado en la Constitución. El fallo imposibilitaba a los estados prohibir el procedimiento mientras el feto no fuera viable fuera del útero. La decisión dividía el acceso al aborto en trimestres: en el primero, las mujeres podían abortar sin restricciones; en el segundo, se permitía algún tipo de regulación gubernamental; en el tercero, los estados tenían la posibilidad de restringir o prohibir los abortos.

La sentencia que acaba de dictar la Corte Suprema se originó en el caso Dobbs contra la Organización de Salud Femenina Jackson, en el que se impugnaba una ley de Misisipi que prohíbe el aborto después de las 15 semanas, incluso en casos de violación. Los estados podrán ahora prohibir el aborto de manera absoluta, restringirlo o permitirlo de acuerdo con sus respectivas legislaciones.

El fallo es un terremoto en un país dividido en cuestiones referidas a derechos de las mujeres, diversidad sexual, étnica y cultural.  Luego de la última designación de una jueza conservadora en la Corte Suprema por parte de Donald Trump, se rompió el equilibrio histórico entre liberales y conservadores en el tribunal y este desenlace era previsible. Hace poco más de un mes se habían filtrado a la prensa los borradores de la sentencia que se acaba de conocer.

El juez Samuel Alito, en su opinión mayoritaria, fue despectivo con el fallo de 1973: "Roe fue atrozmente erróneo desde el principio. Su razonamiento fue excepcionalmente débil, y la decisión ha tenido consecuencias perjudiciales. Lejos de lograr un acuerdo nacional sobre la cuestión del aborto, han inflamado el debate y profundizado la división".

En una opinión disidente conjunta, los jueces Stephen Breyer, Sonia Sotomayor y Elena Kagan criticaron con dureza la decisión de la mayoría: "Con dolor —por este Tribunal, pero más, por los muchos millones de mujeres estadounidenses que hoy han perdido una protección constitucional fundamental— disentimos".

En el medio de esta brecha quedan las millones de mujeres y personas no binarias que a partir de ahora verán limitado su acceso a la salud reproductiva.  La posibilidad de una ley federal que garantice el acceso a este derecho parece remota por la falta de mayorías que la apoyen en el Congreso. De todos modos, y dada la larga trayectoria de luchas por los derechos civiles que existe en Estados Unidos, todavía queda mucho por recorrer. Como bien decía una de las pancartas que sostenía una mujer mayor en la Marcha de las Mujeres de 2017: “Ya no acepto las cosas que no puedo cambiar, estoy cambiando las cosas que no puedo aceptar”, frase de la histórica activista Angela Davis.