El superclásico parecía condenado a terminar en un 0-0 intenso pero aburrido, y cuando casi ya no quedaba tiempo, una falta de Sández sobre Solari generó una catarata de sucesos que modificaron totalmente el espectáculo. Borja metió el penal y mientras el colombiano festejaba en una esquina de la cancha, detrás suyo se armó una pelea de la que participaron titulares, suplentes e integrantes de los cuerpos técnicos de ambos planteles. Según el reloj, quedaban poco más de dos minutos de juego, pero el encuentro tardó más de quince en reanudarse.

Hasta ese momento clave, el superclásico no iba a quedar en el recuerdo de nadie. River había buscado un poco más, mientras que Boca había dado la sensación de simplemente no querer perder. Y así se fue desarrollando el partido, con pocas emociones, escasas llegadas claras y con mucha pierna fuerte. 

El árbitro Herrera se autocondicionó al sacarle la primera tarteja amarilla a Aliendro por una falta que no ameritaba la amonestación y a partir de ahí se dedicó a muñequear ante cada infracción. Y hubo muchísimas. Herrera podría haber expulsado a Varela y a Casco, al menos, por reiteración de foules, pero quiso manejar el juego. 

El partido, como queda dicho, no tuvo brillo. Entre que River no supo destrabarlo y que Boca fue ordenado para mantenerlo atado, el 0-0 daba la impresión de que estaba clavado en el marcador. Sin embargo, llegaron el penal, el gol y el escándalo para hacer que el encuentro tenga un espacio en la memoria de los hinchas.