Desde “La Odisea” de Homero se han publicado muchas road stories, en las que se usa la imagen del camino para hablar de la vida. Un camino con un destino, como un peregrino. O como vagabundos: aquellos que buscan aventuras sin un propósito concreto, como “Thelma y Louise”.

En “La carretera” (Editorial Alfred A. Knopf, 2006), de Cormac McCarthy, los personajes tienen un objetivo, pero no saben con qué se van a encontrar cuando lleguen a él. Y es este aspecto lo que construye la intriga inicial y la inquietud en la obra. McCarthy, escritor existencialista, adquiere en esta novela un sentido bastante pesimista del mundo. Nos ubica en un clima post apocalíptico, con la Tierra destruida, sin detallar cómo quedó así, y los humanos sumidos en el salvajismo.

En este contexto, el narrador en tercera persona presenta a dos protagonistas sin nombre: está el padre, cuya desolación lo consume; y después está el hijo, quien busca la bondad en esa realidad. Ambos se dirigen al sur, para sobrevivir al frío. Y, en ese viaje, se cruzan con otras personas que desafían las posturas de ambos.

El padre solo ve enemigos y cree que siempre lo están siguiendo. En su paranoia y desesperación por proteger a su hijo de los males de ese mundo, él incluso le dice al niño que, antes de que los caníbales lo atrapen, debe pegarse un tiro. Queda claro que un tema central es el amor paternal, pero, además, está el trasfondo religioso; porque el hijo, de cierta forma, representa la continuidad de la humanidad.

Pese a que creció en un mundo caótico y brutal, el niño guarda la esperanza de que hay personas buenas. Lo demuestra cuando ellos se cruzan con un viejo llamado Eli, quien les roba todas sus pertenencias. Cuando lo atrapan el padre quiere matarlo, pero el hijo le ruega que no lo haga, porque aquel hombre es él, son todos. Y es esta solidaridad, este amor al prójimo, lo que conduce al padre a creer que el niño lleva el “fuego sagrado”, con una naturaleza divina.

El padre vive por el hijo y hasta piensa que, si este muere, su vida también termina. No fue el mismo caso para la madre, que se suicidó al ser incapaz de soportar esa realidad. Esto se conoce gracias a la nostalgia del protagonista por aquel pasado feliz y vibrante; algo que contrasta con su actual mundo en ruinas.

Lo más impresionante es que el autor logra transmitir la emoción de esos momentos sin artificios. Con descripciones precisas y diálogos crudos, McCarthy parece no hacer literatura. Y, sin embargo, su manejo de un lenguaje seco y directo construye una desnudez que conmueve. “La carretera” es una obra envolvente que juega un poco con las emociones.

Desgarra a los espectadores con la visión desesperanzada del padre, y los ilusiona cuando se muestra al hijo, que aún cree en la humanidad. Así se instala la pregunta de si el bien es capaz de sobrevivir en ese entorno, algo que carcome a los lectores hasta las últimas páginas. Sin dudas, es una novela agridulce, pero movilizadora.