Una sola condición puso Juan Manzur para aceptar la jefatura de Gabinete en reemplazo de Santiago Cafiero y terminar con la crisis política del gobierno: que la gobernación de Tucumán que hoy detenta, no quede en manos de su vice, Osvaldo Jaldo, que es hoy, su peor enemigo.

Alberto Fernández le dijo que sí, que por supuesto, que no se preocupe. Pero ahora no sabe como hacer. Le ofreció un cargo a Jaldo en el gobierno nacional, pero no consideró que quien le sigue en la línea sucesoria, el titular de la legislatura local, Regino Amado, es también de Jaldo no de Manzur.

Alberto deberá disponer dos cargos lo suficientemente tentadores para sacar de sus puestos a dos hombres que podrían quedarse con la provincia a sus anchas. De hecho, hasta ahora, Jaldo le dijo que no dos veces ya al presidente y amenaza con aferrarse a la ley de acefalía y quedarse donde está.

Mañana Manzur debería jurar, pero nadie le puede asegurar como se le va a cumplir su único requisito, y perder una provincia que controla hace seis años a gusto, dejarla en manos de su peor rival, para ir de fusible de Alberto Fernández, es un un suicidio político.