A la Corte le gusta jugar a esconderse. Le da un halo de misterio, de superioridad. Quien no deja ver sus intenciones, maniobra con el poder de la incertidumbre. Suele hacerlo. También el hecho de que el Alto Tribunal no tiene plazos para expedirse, es una herramienta que suele usar para que las cosas se resuelvan solas, cuando por cuestiones políticas no quiere o teme resolver determinada cuestión.

Son así, esta Corte, la anterior o la formación que sea. Una vez que alguien llega a la Corte, en pocos meses se adapta al modo de funcionamiento, se acomoda a esa mecánica vidriosa, inasible, que sobrevuela a los simples mortales.

Pero deben reconocer los honorables miembros de la Máxima Magistratura, que a veces no da. Cuando el funcionamiento institucional está en un momento crítico, cuando una pandemia criminal nos amenaza y pone a toda la dirigencia política, del lado que sea, en un laberinto sin fin, cuando las decisiones que se toman producto de ese desconcierto, caminan al límite de la legalidad todo el tiempo, la colegiatura de magistrados mas importante del país, tiene que empezar a pensar en dar la cara y poner el pecho.

Sea que entienda que las clases son materia no delegada por las provincias a la Nación y que el DNU del presidente no puede obligar a la Ciudad, o que entienda que en situación de emergencia sanitaria excepcional, Fernández esta legitimado para tomar la decisión que tomó, algo debe decir.

Y debe decirlo ahora, debe expedirse, resolver, clarificar al pueblo argentino que es lo legal y que no. Esconderse, dilatar, esperar que todo pase, no es un recurso válido hoy. La imagen del Poder Judicial ante la gente, es peor que la de los políticos, es peor que la de nadie. Y es por estas cosas.

La Corte tiene la oportunidad de plantarse, tomar una decisión, fundarla y decir: acá estamos, somos la Corte Suprema de Justicia de la Nación y sentenciamos que este es el camino legal (cual fuese), y dejar de lado la imagen babosa y diletante que la sociedad tiene de ella.