Por Daniela Minotti

Un padre y su hija se alejan del estilo de vida de la sociedad contemporánea y se mudan a un bosque. Así lo leyó Rock en 2004, en un diario de Portland, en Oregón, Estados Unidos.

Por aquel entonces se había difundido la historia de un hombre veterano de guerra que, con su hija, vivió por cuatro años en el bosque Forest Park, hasta que las autoridades los descubrieron. Al padre se le dio un empleo en una granja, pero al poco tiempo se fueron de allí. Intrigado, Rock visitó aquel bosque y, después de recorrerlo, continuó la historia con su imaginación.

De aquello nació este libro, publicado en 2009, cuyo tema central a la familia, conformada por Caroline y su padre. Desde su perspectiva, ellos son los despiertos que viajan, impulsados por la paranoia del padre, con la certeza de que viven en un mundo ignorante en cuanto a lo que es vivir.

Esta visión solitaria, engendrada por el padre tras los traumas de la guerra, los lleva a crear su propio mundo, en el que tienen una noción particular del tiempo, en el que no roban o dañan a otros, en el que son vegetarianos y toman de la naturaleza lo que esta les da. “Padre y yo somos una familia de escritores”, narra Caroline en su diario.

Son artistas que buscan mantener la pureza humana. Movilizados por esa misión, la novela se abre hacia el segundo tema: la tensión entre la naturaleza y la civilización, algo que abordan los autores favoritos del padre.

Entre ellos está Henry David Thoreau que, en su ensayo Walden, escribe: “De la ciudad desesperada pasamos al campo desesperado”. Esta frase visibiliza una inquietud que todo hombre arrastra y que el padre quiere deshacer. La vuelta a la naturaleza es, a sus ojos, la salvación ante ese malestar.

Pero a medida que las condiciones de vida se endurecen, esa filosofía se desmorona. Sin recursos, el padre roba. Sin comida, propone pescar. “Nosotros no éramos así. Se suponía que nunca íbamos a ser así”, acusa la hija. Y el hecho de que la historia la narre Caroline en primera persona hace evidente el cambio en su perspectiva.

Primero tiene una mirada ingenua, con la que describe la belleza de la naturaleza y los conocimientos aprendidos de los libros. Luego, adopta una visión más desgastada: ya no cree que siempre alguien los persiga ni le parece tan atractivo ocultarse todo el tiempo. Y mientras ella crece, su padre no cambia.

A eso se suma su imprevisible estilo de vida, lo cual ayuda, junto con la narración en presente, a mantener la intriga acerca de cómo seguirá la trama. Además del atractivo qué, otra cuestión a destacar es el cómo, es decir la narración. Rock construye con detalle y autenticidad la voz de la protagonista de 13 años a través de un ingenioso uso de figuras retóricas.

Emplea el polisíndeton: “Me saco las zapatillas y las medias y me las vuelvo a poner porque la tierra está fría y mojada y dura”, usa comparaciones: “Meterme en los recovecos de lava húmeda, anchos como los pasillos del shopping”, y aplica paradojas que reflejan la mente ya más madura de Caroline: “¿Y la chica que no se siente sola estando sola?”.

En su crecimiento, la protagonista define a la vida como un abandono, una idea presente en otras obras, como la película Capitán Fantástico: una familia que vive en el bosque y se resiste a los centros urbanos; o la novela Into de Wild: un hombre que se aleja de la civilización.

La historia de Caroline es como una road movie: se vive en el presente y se viaja sin un destino. Y, en su travesía, se dan dos abandonos: el del padre, que, afligido por la guerra, busca salvarse en la naturaleza; y el de Caroline, que abandona su vida pasada en los suburbios.

Si algo regala esta novela es entender que la vida se trata de estar perdidos. Tal vez por eso vagabundeamos de aquí para allá, con infinitas preguntas, cuestionando todo y dejando que la insatisfacción nos guíe. Se trata de una fuga, cuyo motor es el sentimiento de destacar, de no pertenecer, de ser libre.